¿Por qué los sistemas educativos obligan a los estudiantes a
gastar muchas horas en el estudio de hechos y procesos que ocurrieron hace
mucho tiempo atrás?, ¿Por qué se utiliza esa información, precisamente, para
iniciarlos en el conocimiento de su medio social? La gente piensa, normalmente,
que la historia es una disciplina respetable y necesaria porque aporta a los
ciudadanos los conocimientos generales que son indispensables para
transformarse en personas cultas. Pero esta idea corriente es completamente errónea.
La adquisición de información detallada de hechos remotos no hace a nadie más
culto o más inteligente, no prepara a nadie para ser mejor persona o para
enfrentar de mejor manera los desafíos que plantea la vida o el trabajo. El aprendizaje de
fechas, nombres y sucesos sirve solamente para destacarse en la banalidad de concurso del tipo memorice o para pasar las pruebas en el colegio o la universidad.
¿Por qué razones podemos decir, entonces, que sigue siendo
importante el estudio y la enseñanza de la historia?
Usted seguramente pensará que la historia es valiosa debido
al importante servicio que ha prestado al proceso de formación de los
estados-nacionales y de las distintas instituciones que conforman el horizonte
del hombre moderno.
La historia, efectivamente, ha servido para todo eso: gracias ella ha sido posible transformar a las personas de a pie en los ciudadanos que necesitan los estados para funcionar.
La historia, efectivamente, ha servido para todo eso: gracias ella ha sido posible transformar a las personas de a pie en los ciudadanos que necesitan los estados para funcionar.
El problema es este. La modernidad está aquí, transformada
en un estándar internacional bastante inflexible. Los países que ella necesita,
ya existen. Tienen sus fronteras, sus banderas, sus héroes, sus tradiciones.
Las instituciones que les dan forma, están a plena máquina, permitiendo que la
vida social fluya con naturalidad y orden hacia direcciones que son claras,
aunque no siempre auspiciosas.
¿Para qué necesitamos hoy en día que siga habiendo historia,
cuando ya han sido desatados todos los nudos que interesaban a una profesión
tan ligada, en sus orígenes, al proceso de formación de los estados-nacionales?
Hay muchos que piensan que el negocio de los historiadores dejó de tener asunto
a partir del momento en que este discurso logró coronar con éxito los
propósitos para cuales fue concebido, en suelo alemán, francés e inglés. Hay
unos cuántos más que piensan que la historia, como elemento consubstantivo del mundo moderno, está condenada a correr la misma suerte que éste (pasar al baúl de los recuerdos, en cuento culmine el proceso de superación de la modernidad por eso que llaman, sin mucha imaginación, la postmodernidad). Hay un último grupito de iluminados que están seguros de que la historia tendrá que ser abolida debido al papel que ella ha cumplido en la validación de los aspectos más horripilantes de
la modernidad. P. ej, la enfermedad del 'nacionalismo'.
¿Usted qué piensa sobre esto?
Si mira con algo de entusiasmo la crítica postmoderna a la
historia, puede convenir que refresque su mirada con una ideas viejas, que son de lo más nuevo y actual que hay: me refiero a los puntos de vista de Nietzsche sobre estos temas,
que nos aportan una de las críticas más complejas, complejas y agudas a la historia de la que yo tenga noticias.
El filósofo no cuestiona el hecho de que las personas, lo
mismo que los pueblos, tengan una relación fluida con su pasado. Esa relación
es necesaria e inevitable. Pero hay relaciones y relaciones. El problema con la
historia (entiéndase, con la disciplina histórica), es que transforma esta
relación natural y espontánea, en algo acartonado y artificial.
El conocimiento profundo y riguroso de nuestra pasado,
asumimos, nos hace ser quienes somos, fija nuestra identidad. Asumimos que este
conocimiento de lo que hemos sido nos aporta las mejores bases imaginables para
lanzarnos al futuro. Pero ¿será así? Que pasaría, por ejemplo, si las
experiencias que uno tuvo en el pasado fueron perturbadoras, enfermizas o
francamente desviadas. En ese caso, la identidad que quedaría fijada en
nosotros podría ser, también, algo muy negativo. Lo mismo en un plano más
general. Imaginen un pueblo que hubiera aprendido, por su experiencia pasada, a
enfrentar la vida del presente muy mal. En este caso las obsesiones presentes,
basadas en imágenes del pasado, serían negativas, no positivas. Creo que los
bolivianos nos ofrecen un ejemplo de esto. Pero lo que señala Nietzsche es algo
más que esto. El nos dice que la relación con el pasado puede ser, en
ocasiones, algo negativo, si está mediatizada por la erudición excesiva de la historia formal, con su sesgo tan
abstracto. El problema con esta historia autoritaria, que aplicamos a toda
nuestra gente, como si estuviéramos en un concentración de tipo orweliano, es
que quita espontaneidad y creatividad al ser humano, lo limita para enfrentar el futuro de manera innovadora y vital (la hace repetir más que crear): eso sucede
así, de manera inevitable, porque para enfrentar lo próximo con ánimo, soltura
y flexibilidad, usted va a necesitar librarse por un rato del peso muerto de su
pasado, va a necesitar, en muchos momentos, olvidarse un poco de quien es y de
cuales son los ejes que lo sujetan, como miembro de su tribu.
Sin esa de libertad para disociarse de las raíces, ¿quién
puede marcar quiebres o construir algo nuevo?
Para recrearse con sus visiones un poco sombrías sobre la
historia, lo mejor es que se sumerja en su "Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida" (o "Segunda intempestiva"), que algún
filántropo de internet se encargó de digitalizar para usted.