sábado, 28 de abril de 2007

Testigo del siglo XXI: Eric J. Hobsbawm

Reproduzco una entrevista ofrecida por el historiador inglés a Mario Schiffino, que fue publicada originalmente en El Clarín. Este diálogo tuvo lugar en un momento en que los historiadores sociales del mundo parecen haber perdido fe en la viabilidad del radicalismo marxista. Hobsbawm confronta esta derrota por abandono con una defensa de las banderas más clásicas de la izquierda europea (y de la propia historia social).


M.S.: Leyendo su autobiografía uno tiene la sensación de que a lo largo del siglo veinte ha estado en el momento justo en el lugar justo: Viena en entreguerras, Berlín cuando Hitler asumió el poder, Gran Bretaña durante la segunda guerra mundial, Latinoamérica en los sesenta y setenta, París en mayo del 68. ¿Cuanto hay de la maldición china: ''Que te sea concedido vivir en una época interesante'', en los tiempos que a usted le tocaron vivir?

E.H.: Estuve en algunos de los lugares exactos en los momentos justos. Si uno ha vivido lo suficiente en la Europa del siglo veinte, es casi imposible no haber estado presente en lugares históricos en momentos históricos. He tenido suerte. ¿Han sido los tiempos interesantes en el sentido chino? Sin duda. Aún no sabemos si el siglo veinte es más interesante que el veintiuno, pero el veintiuno no empieza de manera muy prometedora.

M.S.: Estamos nuevamente en una coyuntura sorprendente. ¿Qué importancia ha tenido la sorpresa para usted como historiador?

E.H.: Creo que el elemento sorpresa varía de época en época. Entre guerras, por ejemplo, prácticamente nadie en Europa dudaba que iba a haber otra guerra, y estaba claro entre quiénes iba a ser la guerra: Alemania y sus oponentes. Por otra parte, en la segunda parte del siglo veinte hubo muchos más elementos sorpresa, en el sentido de impredecibilidad. Algunos hechos no fueron previstos, como por ejemplo la rebelión estudiantil del 68, que tuvo serios efectos políticos. Otros fueron inesperados, pero no necesariamente imprevistos, como el final de la Unión Soviética. Todo el mundo sabía que la URSS se iba a pique, pero nadie previó la velocidad con la que iba a desintegrarse. Es cierto también, que algunos elementos sorpresa dependen de contingencias por definición impredecibles. Por ejemplo, quizá si hace dos años hubiera habido unos pocos miles de votos más y Gore hubiera sido elegido presidente de los Estados Unidos, ahora no nos encontraríamos en medio de una crisis bélica sobre Irak. En ese sentido, como historiador uno reconoce más y más la importancia de estos accidentes históricos en ciertas circunstancias. Pero no creo que, en general, esto torne imposible discernir tendencias a largo plazo: por ejemplo, el ascenso del poderío norteamericano a escala global y la afirmación de la hegemonía norteamericana.

M.S.: En uno de los artículos incluidos en Sobre la historia usted argumenta que la ideología es capaz de hacer avanzar a las humanidades. ¿De qué manera su militancia de izquierda ha sido productiva en el momento de escribir historia?

E.H.: Hay que distinguir tajantemente entre partidismo político e intelectual. El tipo de partidismo que lleva a los políticos a negar ciertos hechos es algo absolutamente inaceptable. Pero es cierto que el partidismo ha aguzado la atención de algunos sectores y los ha llevado a buscar nuevas explicaciones o ver cosas que antes no se habían visto. En las ciencias naturales esto es evidente. No me cabe duda, por ejemplo, que para muchos físicos, astrónomos y biólogos la crítica de la religión, incluso la hostilidad a la religión, ha sido un elemento muy poderoso que los llevó a investigar el origen de la vida u otros temas afines. Hay muchos ejemplos de científicos en esta línea, en este momento. Quizás ahora no sea tan común, pero en el siglo diecinueve, el partidismo era un incentivo muy poderoso para que los científicos investigaran cosas que la religión y las convenciones sociales proscribían. En lo que hace a los historiadores, o en lo que hace a mi tipo de Historia, la ideología me ha ayudado a descubrir nuevos campos. Sin duda la historia de la clase trabajadora y sus movimientos, o la historia del campesinado, ha encontrado a sus pioneros en gente que simpatizaba con las causas políticas de esas clases. Lo mismo es cierto con respecto a la historia feminista. La militancia es importante en tanto ayuda a criticar las convenciones y reglas aceptadas. En última instancia, aunque las respuestas sean erradas, la crítica sigue siendo válida.

M.S.: Estamos pasando por un momento de gran interés público por la historia. Usted mismo ha contribuido a la ampliación del campo. ¿Es éste un período de renacimiento en la escritura histórica?

E.H.: Existe una demanda por parte de los lectores de historia. Esta demanda es particularmente grande hoy día porque la sociedad contemporánea tiende a ser a-histórica, no anti-histórica. Nuestra tecnología trata de resolver problemas aquí y ahora, no importa el pasado. Nuestra sociedad de consumo trata con demandas y deseos actuales, sin tener en cuenta el pasado, salvo quizás como fuente de inspiración para la moda, pero no como importante en sí mismo. Y esto va en contra de la sensación profunda e inherente a la experiencia humana de que estamos enraizados en el pasado, ya sea en el pasado de nuestras familias, ya sea en el pasado nacional: no existimos sólo ahora. Uno no puede entender quién es a menos que entienda de dónde viene. Hace dos años, por ejemplo, cuando en Gran Bretaña se descalificaron los archivos de 1901, durante las primeras semanas no se podían acceder a los sitios en Internet debido a la cantidad de gente de este país que quería investigar simultáneamente qué habían estado haciendo sus ancestros en 1901. Si existe esta demanda de historia en la base, debe traducirse en la demanda del género histórico, lo que ha sido reconocido por las editoriales y por algunos historiadores.

M.S.: ¿Ese interés social se tradujo en el desarrollo de la disciplina?

E.H.: Desde el punto de vista de los historiadores, no estoy seguro de que estemos en un período de florecimiento. Probablemente volvamos a estarlo. Pero me da la impresión que en los 50, los 60 y a principios de los 70 hubo un período más positivo en el desarrollo de la Historia. Entonces había un amplio consenso en cuanto a postular las grandes preguntas históricas y tratar de encontrar las respuestas. Mientras que en este momento, la tendencia es la opuesta. Creo que, paradójicamente, el desarrollo de la ciencia, en especial la biología, el estudio del ADN, nos llevará en las próximas dos décadas a un enorme revival de la historia como una parte de la historia evolutiva de la humanidad. Ahora, a través de métodos científicos, es posible datar el desarrollo de la humanidad como nunca antes. Esto nos permite ver la historia en una perspectiva nueva; lo que concebimos como Historia, virtualmente todo aquello desde los primeros registros escritos, la invención de la agricultura, las ciudades, el uso de los metales y demás, es un período increíblemente breve de la historia de la especie humana. Y la velocidad con la que se desarrolló es, de acuerdo con estándares geológicos, apenas un parpadeo: unos diez mil años. De manera que debemos reconocer a la Historia como una disciplina específica que se ocupa de los cambios y las interacciones de los seres humanos en este período increíblemente breve. Y eso será muy alentador.

M.S.: Uno de los temas que aparecía en Historia del siglo XX y reaparece en Años interesantes es la depolitización de las nuevas generaciones. ¿Cuáles serían para usted los efectos de esta tendencia?

E.H.: Es difícil decirlo con certeza. Para empezar, siempre hay fluctuaciones. Por ejemplo, en la época en que yo pertenecía a la universidad hubo períodos de radicalización, como por ejemplo los 30, después lo contrario en los 50 y de nuevo la radicalización a fines de los 60 y 70. No hay nada sorprendente en cuanto a encontrarnos en un período de despolitización; uno no asume que durará permanentemente. Al mismo tiempo está claro que cuando hablamos de politización masiva no siempre estamos hablando de masas. Las movilizaciones masivas son aún posibles. La movilización política es más difícil. Creo que esto va a ser un gran problema, porque sin movilizaciones en favor de causas públicas, es difícil pensar cómo van a suceder los cambios excepto en favor de aquéllos que ya tienen el poder.

M.S.: ¿Cree que hace falta una intelectualidad activa detrás de los movimientos del presente?

E.H.: No hay grandes ideologías políticas de izquierda, si a eso se refiere. La mayor debilidad es el colapso de la ideología de izquierda en su función reordenadora de la sociedad; y no me refiero a la extrema izquierda, sino a todas, de los moderados socialdemócratas en adelante. Es interesante observar que la única personalidad pública de gran importancia que se declarado persistentemente en contra del capitalismo es el Papa, que a diferencia de los estadistas, no está obligado a explicar cómo contrarrestarlo. Otro problema es que, en el pasado, las movilizaciones estaban orientadas exclusivamente al territorio nacional, al Estado y el "internacionalismo" era parte de la retórica. Un problema político hoy día es cómo se puede operar en una sociedad transnacional al mismo tiempo que dentro del Estado. Quizás hay modos en los que se promueven campañas y política transnacionales, pero en este momento aún no hay una forma de política para una sociedad transnacional.

M.S.: La "desintegración de los viejos patrones de las relaciones humanas", ya aludida en su Historia del siglo XX como efecto de la revolución cultural, reaparece también en Años interesantes. ¿Le preocupa que en un momento en que las utopías han muerto, la única utopía posible sea la individualista? ¿Influye esto en su pesimismo respecto de EE.UU.?

E.H.: Usted dice que no hay más utopías. Creo que sí las hay, la gente no puede vivir sin utopías. Pero una utopía puramente individual no es, en efecto, una utopía social. La idea de una sociedad justa no está muerta sino que, por el contrario, me parece que está resurgiendo. En cuanto al imperio norteamericano no me entusiasma, e incluso veo al viejo imperio británico con más entusiasmo porque el imperio británico tenía conciencia de sus limitaciones. La enfermedad industrial de los grandes poderíos militares es la megalomanía. Y no hay duda de que decir "si las Naciones Unidas no hacen lo que nosotros creemos que corresponde, entonces se exponen a..." es una visión megalómana, que implica que hay sólo una forma de ver el mundo, es decir, desde Texas.

M.S.: Usted participó activamente de la izquierda y permaneció en el Partido Comunista Británico hasta su disolución en 1991. ¿Se siente orgulloso de haber asistido a una de las ideologías centrales del siglo veinte?

E.H.: Creo que el orgullo no incidió en ello. Uno aceptó la historia como era. Al mirar atrás, creo que no hubiera podido tomar una decisión muy distinta de la que yo y otra gente tomamos en los años 30 y los 40, incluyendo la de unirme al Partido Comunista. El PC era entonces una organización con una increíble capacidad para cambiar la sociedad, con la habilidad de lograr cosas en situaciones históricamente dramáticas, trágicas, catastróficas. Creo que no fue difícil quedarse en el partido después del período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra y el principio de la Guerra Fría, porque cuando EE.UU. adquirió el monopolio de las armas nucleares se necesitaba un contrapeso. En cuanto al resto, dependía de si uno tenía una visión nacional o global del mundo. Si uno tenía una visión global, como obviamente mucha gente del Tercer Mundo, liberar estados colonialistas independientes del imperialismo parecía ser una gran necesidad. Creo que en varios países, tarde o temprano, la mayoría de la gente decidió que el proyecto original del comunismo —el de la revolución mundial— no iba a funcionar, ni en la Unión Soviética ni en sus países particulares. Y en ese sentido, las razones para continuar en ese tipo de movimiento se debilitaron. Por otra parte, uno podía creer que se trataba aún de algo deseable y necesario. De haber estado en España en época de Franco, probablemente todos los que no son ahora comunistas hubieran formado parte de la resistencia comunista o la hubieran favorecido, porque era de lejos la más eficiente y efectiva. Una vez que se lograron los objetivos, la situación cambió. ¿Me arrepiento de mi pasado? No. ¿Hubiera podido dejar de ser comunista en ciertos períodos? Quizá lo hubiera hecho por razones puramente personales que no tienen nada que ver con mis actividades políticas o como historiador. No creo que éste sea un elemento importante de mi biografía.