En 1848 Marx y Engels publicaron su famoso “Manifiesto
Comunista”. Se trataba de un texto programático que fue pensado para organizar los pasos futuros que debía dar una pequeña fraternidad de exiliados alemanes, radicados en Francia, que sentían ilusionados por la inminencia del estallido de un gran brote revolucionario.
Las expectativas de estos radicales, que soñaban con el mundo mejor que sobrevendría después del cataclismo, pronto parecieron verse
confirmadas. Ese mismo año Europa vivió una oleada revolucionaria de magnitudes, con epicentro en París. Se trató de la más extendida y la más profunda que tuviera lugar en el seno de las naciones desarrolladas. Por todas partes los trabajadores
parecían dispuestos a llevar la acción mucho más allá de lo que habían querido
los burgueses, que habían hecho abortar el momento jacobino de la Revolución
Francesa, cuando la “comuna” había comenzado a ejercer el poder popular. Caían las monarquías y se debilitaban las estructuras de las repúblicas.
Esta pandemia revolucionaria parecía el anticipo de
algo definitivo. Parecía como si el mundo capitalista estuviera a punto de
venirse al suelo. El momento definitivo del socialismo real parecía a la vuelta de la esquina...
Marx veía todo esto como algo inminente e inevitable.
Así lo pensó y lo escribió. A partir de entonces sus esperanzas proféticas se transformaron en el faro de luz de todas las izquierdas posibles e imaginables: todos los radicales del mundo, desde entonces, viven en compás de espera, confiados en que de un momento a otro el capitalismo vivirá el colapso terminal que sentará las bases para el asentamiento de un mundo un poco mejor....
Estas esperanzas siguen muy vivas. Pero para darles nuevos aires, es necesario ponerlas en sintonía con las realidades más contemporáneas. Eric Hobsbawm lo intenta en esta lucida entrevista que ofreció a la BBC:
Eric Hobsbawm en la BBC (octubre 2012)