martes, 10 de marzo de 2009

Publicaciones académicas en la era digital

El soporte-papel

Las comunidades académicas siempre han dependido, para su sobrevivencia, de su capacidad para organizar racionalmente el conocimiento adquirido y para distribuirlo dentro y fuera de su ámbito de pertinencia. Sin embargo, los medios de los que han dispuesto para esos efectos, han variado a lo largo del tiempo.
Durante muchos siglos el papel y la tinta fueron las únicas armas de que pudieron disponer artistas e intelectuales para socializar sus logros. Sin embargo, las posibilidades que ofrecía la dedicada labor de “copistas” e “iluministas” no eran muchas. ¿Cuántas páginas era capaz de transcribir, a mano, esta modesta industria cultural?. No muchas, por cierto. Pese a los enormes esfuerzos hechos a lo largo de varios siglos, lo cierto es que la capacidad para acumular y distribuir conocimiento era muy limitada. Apenas daba como para mantener vivos los “clásicos”. En el siglo XV este cuello de botella pudo ser superado, gracias a la aparición del libro. Este nuevo soporte produjo un quiebre la cultura occidental, de proyecciones completamente insospechadas: los libros permitieron sacar el pensamiento de las pequeñas parcelas de los eruditos y ponerlo a disposición de la categoría más general que conforma la “gente culta”.
Con la aparición de las revistas científicas especializadas, en el siglo XVII, la cobertura del conocimiento se amplió de manera todavía más notable y se conformó el sistema de circulación de información relevante que sirvió de plataforma para la constitución de una nueva profesión: los científicos.
Los libros y las publicaciones seriadas se sofisticaron y multiplicaron en los siglos XVIII y XIX a medida que se iba profesionalizando el trabajo científico. Al lado de las revistas especializadas surgieron importantes colecciones documentales, fondos editoriales dedicados a la publicación de libros en determinadas áreas temáticas, y, más adelante, distintos sistemas de indexación cuya función era favorecer un acceso más expedito a la información. Así se fue configurando un complejo sistema de comunicación académica, dependiente del soporte-papel, que aseguraba un flujo expedito entre los productores y los consumidores del conocimiento.
Este sistema funcionó correctamente en los dos últimos siglos. El progreso de la industria de comunicación, ligado al soporte-papel, contribuyó de manera directa a la profesionalización del actividad académica: las publicaciones académicas permitieron no sólo dar proyección social al trabajo silencioso del estudioso, sino ayudaron a que se estandarizar los procedimientos investigativos, e incluso a cimentar las carreras individuales de los investigadores proporcionando a las instituciones indicadores precisos de productividad.
Todo gracias al papel y a la imprenta. Pero como ha sucedido con todos los soportes, llegó el momento en que este medio ya no pudo satisfacer los requerimientos de unas sociedades crecientemente más complejas. El soporte-papel se transformó en un “cuello de botella”, tal como lo había sido, tiempo atrás, el soporte-manuscrito.


Por qué se está produciendo la conversión del papel a los bytes?En las últimas dos décadas del siglo XX el sistema académico de comunicación comenzó a vivir un proceso de transformación similar al que se produjera en el siglo XV. El surgimiento de formas más complejas de investigación y la necesidad de administrar un volumen cada vez mayor de información ha hecho forzoso un cambio drástico en las estrategias de diseño comunicacional.
En la era digital el libro tradicional convive con el libro electrónico (e-book), las revistas especializadas con los e-journals y las tesis de grado tradicionales con las Etd’s (Electronic Thesis Disertations). Por otra parte, las colecciones documentales, bases de datos y sistemas de resúmenes del trabajo académico han devenido en complejos sistemas electrónicos de producción, almacenamiento y distribución del conocimiento, todos los cuales tienen como eje de difusión la Internet.
Son muchos los centros académicos e instituciones que han tomado la decisión de dar el paso del papel a los bytes. ¿Qué ha motivado a importantes universidades de Estados Unidos y Europa a desmantelar total o parcialmente sus sistemas tradicionales de publicación académica y de administración y circulación de la información?
Desde luego están los apurados cambios tecnológicos que hemos vivido en estas últimas décadas. La masificación de la computación y la mundialización de la red digital que provee Internet, hacen posible, organizar un sistema alternativo a aquel que depende de la industria del papel. Algunos años atrás esa posibilidad era vislumbrada por escritores con poderosa imaginación que nos hablaban de las proyecciones de un mundo feliz. Pero se trataba solamente de sueños (o pesadillas) que debían estrellarse con una barrera insoslayable: no había los recursos técnicos como para que pudieran forjarse canales alternativos para la circulación de la información. Hoy en día esa posibilidad está a la mano, y a costos muy bajos. No hay razones de hecho para que no suceda con el libro lo que antes pasó con las tradición oral y los manuscritos.
Hay razones externas e internas para que ello suceda. En la actualidad el sistema científico tradicional de publicaciones académicas vive una situación de completo colapso al ser desbordado por la abundancia y por los costos. La productividad de los investigadores comienza a rebasar las posibilidades de conservación, administración y uso inherentes al sistema. Año a año se acumulan miles de nuevos artículos, papers, tesis, libros, actas de seminarios, conferencias y distintas formas de comunicación que dependen del soporte papel. Un solo dato puede ser muy ilustrativo del punto: en 1951 había aproximadamente 10.000 revistas científicas en el mundo; a mediados de la década de 1990 esa cifra había ascendido a la astronómica cantidad de 140.000, alcanzando un incremento anual del 40% (cifras de Michael Lesk, Practical Digital Libraries. Books, Bytes and Bucks. San Francisco, Morgan Kaufmann Publishers, 1997, p. 10), un tímido preludio de la realidad que presenta esta industria hoy en día. La sobreabundancia y dispersión del material es tal que los investigadores deben obligados a gastar un porcentaje importante de su tiempo solamente en el trabajo de búsqueda y procesamiento más elemental. Pronto llegaremos a un punto en que ya no va a existir el investigador capaz de aprovechar inteligentemente de la información, como no sea pagando el precio de la hiperespecialización.
El sistema basado en papel ha intentado buscar una salida a este problema mediante sistemas cada vez más complejos de indexación –bibliografías tópicas, bibliografías de bibliografías, colecciones de abstracts, etc.–. Esta solución, que busca facilitar el tráfico de la información a través de una serie de instancias mediáticas, es correcta en el fondo, pero falla en la forma: los índices en papel rápidamente quedan obsoletos. La única manera de evitar la obsolescencia es disponiendo la información en bancos de datos, que permitan una actualización constante. Pero cuando comenzamos a hablar de bases de datos, ya nos estamos olvidando de las formas tradicionales del almacenamiento: estamos hablando de CD-ROM, el DVD o la Internet, y no de papel.
Este problema representado por la alta productividad de los investigadores tensiona a la academia de una segunda manera. Cada día se hacen más elevados los costos implicados en la administración del sistema académico como conjunto. La situación es seria pues los analistas consideran que el cuadro actual no responde a causas coyunturales, que pudiésemos esperar que disipen más adelante. El hecho es que en la actualidad la comunicación organizada en torno al papel depende fundamentalmente de una industria no académica, cuyas expectativas inmediatas van dirigidas al lucro y no a la democratización del conocimiento. Según algunas estimaciones el 98% de las utilidades generadas por un revista académica van a parar en el presente a los operadores privados del sistema (editoriales, correo, etc). Si sumamos a estos costos los que supone la administración de sistemas bibliotecarios que se hacen cada vez más complejos, lo que cabe concluir es que hacia delante cualquier modernización del sistema deberá traducirse en un incremento proporcional en este espiral inflacionario de costos, a cambio de un beneficio solo marginal en la productividad en términos de circulación de información. ¿Quién absorberá los nuevos incrementos en los costos?.
Frente a un panorama como este no parece haber más alternativa que comenzar a explorar muy en serio las posibilidades que ofrece el formato digital, no solo por las ventajas que ofrecen en términos de costos. Los ejournal permiten que haya menor “tiempo de espera” desde el momento en que se produce el conocimiento hasta aquel otro momento en que se lo consume; aseguran a los autores un “impacto” mucho mayor en términos de cobertura; permiten que se forje una relación mucho más dialógica autor/lector; dan pie para una comunicación más rica, que de cabida a recursos multimediales; y simplifican enormemente la tarea de la búsqueda de información.
Lo que sucede con las revistas también ha pasado con las tesis y los libros.
La publicación de tesis electrónicas se inició hacia fines de la década de 1980 cuando algunas universidades estadounidenses comenzaron a discutir las conveniencia de digitalizar los trabajos finales conducentes a grados de magíster y doctor. En esta labor ha sobresalido el trabajo realizado por el Virginia Polytechnic Institute and State University, con sus propios graduados. A partir de esta primera experiencia se han comenzado a llevar a cabo numerosos proyectos en distintas partes del mundo. Hoy en día existen proyectos de ETD en numerosas universidades de Estados Unidos, Australia, Alemania, Dinamarca, Holanda y Canadá. En algunos de esos centros se ha tomado incluso la decisión de eliminar completamente las copias en papel.
La transformación de artículos, libros y tesis a un Standard Generalized Markup Language (SGML) ha sido el primer paso en el proceso que nos ha llevado al surgimiento de las bibliotecas digitales. El gran desarrollo de estos proyectos ha permitido que los académicos puedan obtener, a través de la red, una parte importante del material que necesitan. Hay bibliotecas para todos los usos que uno pueda imaginar: entre ellos, por cierto, se cuentan las bibliotecas virtuales de historia .