jueves, 27 de junio de 2013

Las filosofías especulativas de la historia

La materia que interesa a este curso es la historia. Pero no a la manera en que ella es de interés para los practicantes de la disciplina, que se concentran en el hacer mismo, sin pensar nunca aquello que realizan: los historiadores son un grupo bien particular que se carácteriza por tener una consciencia teórica casi nula.
Ellos realizan su nuestro trabajo, más o menos como nos parece mejor, sin seguir pautas procedimentales muy claras, sin pensar mucho que significa todo eso, sin darse cuenta realmente qué están haciendo y cómo lo están haciendo.
Lo que se busca, en los cursos de teoría, es lograr esta autoconsciencia. Esto es, lograr que entiendan lo que su disciplina es y hace, establecer la posición en que ella se ubica en el mapa del conocimiento, definir la significación que tiene este enfoque cognitivo para el hombre.
Esto último ya lo vimos, en la unidad temática que llamé “Historia: ¿Para qué?”.
Ahora toca el turno a lo de enteder la disciplina, qué hace ella, cómo se diferencia de otras más o menos similares. Hay tres maneras distintas de acercarse a esos propósitos:
  • Hay un grupo de pensadores, que conocemos como “filósofos especulativos de la historia”, que estudian la historia, porque creen que a través de ellos van a encontrar las claves explicar la racionalidad subyacente al proceso histórico, la causa primaria de que las cosas que conciernen a toda la humanidades avance, siguiendo un recorrido aparentemente aleatorio, hacia un final o telos positivo. Ellos creen que al entender cómo evolucionan las sociedades van a encontrar las claves o leyes finales que les permitirán entender, de una manera amplia y profunda, el fenómeno de la vida humana, que es lo que hace que todo esté, de algún modo, conectado entre sí, tanto las cosas buenas como las malas. ¿Qué interés tienen estos filosofos en la historia, como disciplina? A ellos la historia, como campo específico de conocimiento, les interesa bien poco. Lo único que buscan, con ayuda de ellas, son ‘pistas’ que los conduzcan al descubrimiento mayúsculo para la vida del hombre: esa gran filosofía de la historia, esa gran interpretación del desarrollo del ser humano que lo explica todo. Se formulan preguntas como: “¿Existirá alguna racionalidad subyacente que explique y haga sentido a la evolución de la humanidad, que se ofrece, a simple vista, como algo lleno de accidentes, como algo un poco aleatorio? ¿Cuáles son factores causales primarios que sirven para impulsar los grandes cambios? ¿Cuáles son las grandes fases en la evolución del hombre? ¿Existen leyes que expliquen el curso que toma la humanidad, en cada etapa, equivalente a las leyes que permiten entender la dinámica de funcionamiento del mundo físico?. Fíjense en la mirada penetrante y un poco extraviada que nos muestra el retrato de Hegel, que incluí al principio de esta nota. ¡La profundidad de mirada acusada por la imagen es testimonio de los propósitos tan mayúsculos que se plantean estos filósofos.
  • Al lado de ellos hay un segundo grupo de pensadores que no se interesan en la historia porque consideren que su conocimiento les aportará los ingredientes necesarios para componer una gran interpretación sobre todos los hechos de la vida humana. Estudian la historia porque tienen un interés en ella misma, porque quieren caracterizar esta disciplina, el tipo particular de investigación que desarrollan sus practicantes, poniendo el acento en el hacer mismo y en los presupuestos que subyacen a esta práctica. Sus preguntas son otras: ¿En que consiste, en definitiva, el trabajo que realizan los historiadores, cuando ‘hacen la pega’? ¿Se distingue el ‘enfoque histórico’ del adoptado por las ciencias sociales o las humanidades? ¿Es la historia una ciencia? ¿Cómo son las explicaciones que ofrecen los historiadores de los hechos o procesos? ¿En qué se distinguen de las ofrecidas por los investigadores de otros campos vecinos, como los economistas o los sociólogos? El libro que revisaron del escoces Walsh nos ofrece un ejemplo correcto y bien elocuente del tipo de intereses que guían a estos pensadores. ¿Recuerdan cuánto sufrieron con él? Eso no es gratuito: las dificultades que depara la lectura surjen de la dificultad de la empresa misma que se plantean estos pensadores, empeñados en defender el ideal de unidad de las ciencias en la unidad en el método.
  • Hay un último enfoque que es posible adoptar, que está emparentado con el anterior. Se trata del seguido por quienes miran la historia como “historiografía”. Esto es, de quienes ponen todo el foco de su atención en el resultado final del trabajo realizado por los investigadores: las obras mismas, tal como han sido escritas, a lo largo del tiempo. El interés en este output final del proceso investigativo, se aduce, permitir cómo éste es abordado, a lo largo del tiempo, presentando ciertas características comunes por etapas. Lo que se busca, por fin, es establecer cómo ha ido evolucionando la práctica, qué ha sido en el pasado, qué es ahora, cuáles son los intereses a los que sirve, la historia, en cada momento, qué temas le han interesado, cómo los ha abordado. Se busca, de esta manera, conectar a la disciplina, con su contexto, cosa que no sucede con el primer enfoque, que flota en las alturas, viviendo un poco encerrado en sí mismos, pasando por alto los condicionantes que viabilizan su génesis, o con enfoque anterior, que aborda las cosas de manera abstracta, sin tomar en cuenta los elementos situacionales. Este enfoque contextualista da origen a otras preguntas: ¿Cómo son escritas, en los distintos momentos, las obras históricas? ¿Podemos reconocer, a partir de ello, la existencia de fases o tendencias, en el modo como es investigada y escrita la historia? ¿Qué podemos aprender sobre lo que la disciplina es y hace revisando el modo como ha ido evolucionando la práctica? En la cuarta unidad de este curso aplicamos este enfoque para describir cómo se fue configurando el primer paradigma disciplinar que ha tenido la historia (acaso el único), que luego todos los 'nuevos historiadores' han intentando reformar o abolir (tema para el siguiente curso).

Se trata de tres enfoques excluyentes, más que complementarios (tres formas distintas de hablar de lo mismo). En este curso, vamos a hacernos cargo de los tres, en distintos momentos.
Ahora toca el turno del que resulta más extraño, para nosotros. Me refiero al de los filósofos especulativos de la historia.

a) Elementos en común de todas las filosofías especulativas de la historia

Situemos este modo de pensar sobre la historia conforme a algunas coordenadas.
El primer tipo de filosofía de la historia bien articulado, con todas las de la ley, surge y prolifera en un periodo bien acotado de tiempo, en un lugar específico, dentro de un dominio particular de pensamiento: Alemania, en el tiempo en que florece una corriente de pensamiento conocida como “idealismo”.
La primera realización plena de este tipo de filosofía la encontramos en la obra que publicó Herder en 1774: Las ideas para la filosofía de la historia de la humanidad de Herder (1774). Luego de este estreno, el mundo conoció una serie de obras seminales, que van a alcanzar su realización más completa en las magníficas Lecciones sobre filosofía de la historia de Hegel (1837).
Como vemos, el epicentro de este modo de pensar estuvo en la Alemania, enseñoreada por los filósofos idealistas (de Herder hasta Hegel). Tuvo allí su momento dorado: cuando los mejores filósofos que produjo el mundo en ese entonces (quizás, además, uno de los mejores momentos de la filosofía, en general)... las mentes más potentes, concentraron toda su atención en la historia, en búsqueda de respuestas a las preguntas acerca de la estructura fundamental de la realidad.... 
Antes de este florecimiento, sin embargo, las filosofías de la historia ya llevaban un recorrido bastante largo.
Las ideas expuestas por Herder o por Hegel fueron antecedidas por las interpretaciones metafísicas de mentalidades religiosas, que intuyen que la fuerza espiritual que gobierna todas las cosas del hombre, marcando siempre la pauta, es e l propio Dios: teólogos o apologistas cristianos como los autores del Antiguo Testamento, San Agustín, Bossuet. Algo de esto también asoma en las obras publicados por los filósofos ilustrados: Vico o Voltaire.
Luego de esta corta primavera alemana, las FEH fueron borradas del mapa, en forma progresiva, de la faz de la tierra: los historiadores, primero, y los filósofos, luego, abandonaron este enfoque, que consideraban excesivo y falto de todo rigor (especulación pura, que se sostiene en el aire, no en los datos de la experiencia).
Pero la retirada de las FEH no fue nunca completa: a fines del siglo XIX y durante el siglo XX las FEH tuvieron ecos, algunos de ellos bastante importantes (Marx, en particular).
Lo que pasa es esto: en la obra de estos pensadores alemanes, especialmente en Hegel, la FEH, alcanzó su punto culmine, su realización más completa. Curiosamente, este “primer florecimiento de la filosofía especulativa de la historia fue también, en cierto sentido, el último” (W. H. Dray).
Los grandes pensadores del siglo XIX, como Compte, Spencer y Marx, que construyeron ambiciosas teorías sobre lo social, que tenían elementos propios de la FEH, se plantearon objetivos mucho más acotados: ellos renunciaron, de algún modo, a la pretensión de construir sistemas de pensamientos integrales, una filosofía con mayúsculas que explicara, a la vez, todas las cosas del mundo material, humano y divino. Eso sólo lo intentó Hegel. Luego de eso, nadie quiso llegar a tanto, nadie luchó de esa manera por lograrlo, con resultados de sofisticación intelectual tan logrados. Lo que hicieron, más bien, son intentos parciales de explicación, siempre basados en en el modelo de algún filósofo canónico. Estas obras, en realidad, son siempre derivados de un sistema preexistente. Marx, por ejemplo, es una especie de Hegel invertido. Fujuyama, es una trasposición, al mundo liberal de hoy, del Hegel idealista.
Las filosofías de la historia se desarrollaron, pues, en el periodo descrito: fundamentalmente en el siglo XIX, que es el mismo en que tomó forma la historia, como disciplina.
Pero ¿qué es la filosofía especulativa de la historia?
La filosofía especulativa de la historia, en cierto sentido, podemos decir, constituye una especie de respuesta refleja a los avances que experimenta la física, luego de los descubrimiento de Newton. Newton, vamos a ver, identificó un conjunto de leyes acerca del movimiento y la inercia de los cuerpos en la tierra, postulando que esas pocas leyes permitían saber cómo se movía cualquier cuerpo en cualquier parte, como si todo el mundo fuera un gran mecanismo, lleno de engranajes que funcionaran con la máxima precisión. Esta explicación mecanicista sirvió como inspiración para millares de científicos que se lanzaron a la búsqueda de las leyes que presidían el funcionamiento de esta máquina, con éxitos fulminantes. Los triunfos avasalladores de la ciencia exacta fueron un estimulo para que los humanistas se plantearan si no sería posible lograr algo similar en su propio ámbito: si la sociedad no sería, también, un mecanismo, reglamentado por algo similar a las leyes mecánicas de Newton, leyes históricas que lograran hacer sentido de todo lo que había sucedido, estaba sucediendo e iba a suceder, en el mundo.
¿Será posible descubrir, en el mundo social, lo que Newton ha logrado descubrir en el mundo natural?: rebelar que el mundo social está gobernado por un conjunto limitado de grandes leyes que relacionan todo con todo, que explican todas las cosas que pasan, las guerras, las hambrunas, la innovación, el cambio, o lo que sea, leyes racionales que hacen avanzar las cosas hacia un telos o final, cuyo conocimiento nos permite hacer lo que todos los científicos naturales hacen, esto es, explicar todo lo que sucede hoy, en cualquier parte, y predecir lo que va a pasar en el futuro…..
Todo esto con la ayuda de un recurso un poco mágico: la razón del filósofo.
La razón, para estos filósofos, es la herramienta fundamental. Sólo que la “razón” del idealista alemán, es distinta a la del científico anglosajón o del ilustrado francés.
Cuando el pensador inglés o francés hablan de una razón científica, lo hacen para aludir a una forma de pensar y a un método de trabajo que permite descubrir las leyes universales que gobiernan, de manera exacta, las cosas que pasan en el mundo natural, leyes que ponen de manifiesto la existencia de constantes inalterables, que hacen que los objetos se comporten de una manera dada, como si fueran las piezas de una máquina perfecta, la misma en cualquier parte y momento.
Para los idealistas alemanes el principio de racionalidad no es intemporal, sino esencialmente temporal: ellos consideran la racionalidad de los científicos, que alude valores constantes, leyes universales, que gobiernan los hechos del mundo natural, como una racionalidad externa, que gobierna cosas, elementos sin vida, que no tiene voluntad, que son parte de un mecanismo perfecto, en que nada cambia realmente, porque no hay fuerzas interiores que hagan una diferencia. Estas leyes, por importantes que sean, no aplican al ser humano, porque las personas, a diferencia de las cosas físicas, tienen un lado interno o espiritual, una voluntad, que les sirve de guía, y que actúa sobre ellos, haciedolos alterar un poco la lógica de funcionamiento de los mecanismos estables, provocando siempre la necesidad de la evolución. Este lado esperitual o de libertad o de voluntad, además, lo consideran conectado con fuerzas espirituales superiores, o ideas, o tendencias, o principios racionales de perfección, o principios puros, del tipo que sea, conectados al final con todo lo superior, acaso con Dios. En suma: con una especie de fuente de energía, una tendencia superior, un principio último de racionalidad, que trasciende a los hombres individuales (que sólo pueden interpretar esta tendencia, vivir su libertad dentro de ella), que es el verdadero hilo conductor entre las distintas etapas que conforman la trayectoria del hombre.
Es la creencia en la existencia de esta especie de racionalidad interna, que conduce a los hombre, la que hay que descubrir, de alguna manera, para explicar los asuntos humanos, que se orden como dinámicas de cambio, en las que participan personas, que tienen voluntad, que tienen espíritu, comportan conforme a lo que esas fuerzas espirituales necesitan para su desarrollo, siguiendo trayectorias que pueden ser un poco extrañas, incluso distanciadas de los propósitos más conscientes de cada actor….
Lo de ‘idealistas’ viene de esto: de creer que lo que pasa a las personas, lo que ellas sueñas y quieren, está conectado, de algún modo, con una fuerza o idea primaria, que va desarrollándose con el tiempo, pasando por distintas etapas, llevando las cosas, de manera inevitable  un final, a dónde es necesario.
 Cuando uno descubre los principios que rigen estas ondulaciones, ha puesto de manifiesto cuál es la racionalidad de la historia.
¿Qué tienen en común pensadores tan distintos en tantos aspectos, además de ser alemanes y idealistas?
Hablemos de eso:

El mundo social tiene que tener un ‘sentido’, tal como lo tiene el mundo natural: Si uno estudia los hechos del pasado se va a encontrar con montones de cosas bastante aberrantes. Hay genocidios sin ningún propósito. Piensen en lo que hizo Hitler o Stalin, que lucharon bravamente para lograr grandes resultados históricas, sacrificando a muchísimos millones de seres humanos, cuyas luchas, al final, no fueron en vano, porque estaban totalmente equivocadas. Los socialismos reales y los fascismos, sabemos, fueron proyectos históricos fracasados, lo que viene a significar que todas las rabias pasadas, todos los sufrimientos y pérdidas sufridas, fueron totalmente en vano. Piensen, por ejemplo, en los desconcertantes esfuerzos desarrollados por miles de esclavos, para construir estatuas o templos o murallas, que no sirvieron ni para dar estabilidad a las tiranías, ni para recibir a dios en la tierra, ni para evitar el asalto de los enemigos. Literalmente, podemos decir, que todo eso no sirvió para nada. Un caso bien elocuente es el que ofrece el sistema de fortificaciones que crearon los españoles en Chile, para contener a piratas y corsarios, que terminó de ser construido el mismo día en que ellos dejaron de venir para siempre…. Hay montones de derroches como estos. Es cosa de pensar en virtualmente todas las dictaduras Latinoamericanas, salvo alguna, como la de Pinochet, que hicieron las de Kiko y Caco, sin sacar nada bueno de eso. El resultado de esto no es un progreso para esas sociedades, ni para la humanidad, ni para nadie. Piensen ahora en cosas todavía más absurdas: la de situaciones de abuso perpetradas por sujetos que no tienen ningún atributo, salvo el de detentar el poder, y que no lo ejercieron en el nombre de ninguna causa, realmente. Es poder por ambición, dinero, fama, qué se yo. Poder por el poder, sin ningún significado detrás. Piensen en casos tan extremos como el que nos ofrece, hoy en día, Joseph Kony, un guerrillero ugandés que tiene secuestrados a cerca de 30.000 niños que conforman uno de los ejércitos más curiosos que hayamos conocido jamás, porque sus soldados son niños muy pequeños, secuestrados a sus padres, a los cuales ellos mismos luego deben asesinar, que no sigue ninguna doctrina, que no está luchando para lograr nada en particular. ¿Cuál es la razón de todo eso? Imaginemos que Dios existe y que puso en la tierra todo lo que le parecía importante. ¿Para que nos puso al frente este tipo de cosas? ¿Hay alguna razón que explique que en el siglo de mayores progresos y riquezas, razas o continentes completos estén sufriendo el hambre? ¿Por qué algunas sociedades progresan y otras se quedan estancadas? Los hechos que los historiadores estudian nos muestran, en realidad, un mundo sumamente caótico y desprovisto de todo sentido.
¿Tendrán que ser las cosas así? ¿serán realmente así? Los pensadores idealistas que dieron forma a las Filosofías de la Historia tan solidadas, a partir del siglo XVIII, prolongando el pensamiento de Teólogos Cristianos y Filósofos Ilustrados, se levantaron, indignados, en contra de este diagnóstico. La historia irracional y sin sentido que nos muestran los historiadores, es algo tonto. Nos ofrece series de acontecimientos conectados de una manera accidental, que se suceden sin ton ni son, que no llevan a ninguna parte. Esto no puede ser. Es completamente absurdo pensar que hay un modo perfectamente coherente de funcionamiento en el mundo físico, que se rebela en la lógica perfecta con que se comportan los cuerpos físicos en el espacio, los componentes químicos, la biología de los animales, en todas las cosas con las que nos sorprende una naturaleza maravillosa, pero no en el ámbito directo en que se mueve el hombre: la sociedad. ¿Cómo va a estar todo operando dentro de la lógica de la gran máquina, hasta los insectos, menos el hombre? Eso no tiene ningún sentido. Tiene que haber, detrás de los asuntos humanos, una razón, una meta moralmente satisfactoria que los guie. Tiene que haber una especie de programa, que no logramos ver todavía, que hace necesario, de algún modo, que pasen todas estas cosas que nos parecen accidentales, que hace que ellas puedan contribuir, en forma un poco extraña, al progreso de la humanidad. No puede haber aquí, como nos muestran los historiadores, tantas piezas sueltas, tantas cosas sin sentido.

Estos filósofos otorgaron a la historia una preeminencia que nunca tuvo: Estos pensadores alemanes otorgan a la historia una preponderancia que ninguno de sus pares, ni antes ni después, le habían acordado. Esta fue una gran novedad: ellos estaban convencidos de que la filosofía alcanzaría su máximo valor, su máxima madurez, cuando se transformara, por completo, en una filosofía de la historia.
Expliquemos esto. En la época en que Herder, Kant y Hegel nadie pensaba que la disciplina fuera algo importante. La historia era considerada una especie de artesanía, de muy poco alcance intelectual. Este conjunto de pensadores da vuelta las prelaciones, poniendo lo que estaba más abajo, en la cúspide. Esto supone defender un programa o línea de trabajo que debía marcar a la disciplina en el largo plazo (cosa que realmente no sucedió). Hasta entonces la filosofía se había dedicado a discutir las cuestiones del ser (ontología) o, más recientemente, las condiciones de posibilidad del conocimiento (epistemología). Esto era importante, pero no lo más importante. Sabemos que el mundo tiene sentido y dirección, sabemos que los acontecimientos humanos están relacionados entre sí de una manera fundamental. Sabemos ademas una segunda cosa: estos filósofos están convencidos que la estructura primaria de la realidad social tiene una constitución histórica, que no existen, que lo real es puro movimiento. Para conocerlo y entenderlo, por lo mismo, necesitamos un punto de vista distinto al común en la filosofía, que presume que las cosas son estables…. ¿Qué tarea más grande para la filosofía que describir y comprender lo real, en su constitución auténtica, que dedicarse, junto con eso, a descubrir la trama o estructura subyacente de la historia en función de la cual todo lo real adquiere significado? Simple: toda filosofía superior, al decir de Herder y Hegel, tiene que ser una ‘filosofía de la historia’. Una tarea de una importancia social e intelectual incalculable, más encumbrada incluso que la que se plantea la ciencia en cualquiera de sus formas (importa más saber lo que le pasa a las personas que a los planetas) y hasta de la creen suya los teólogos cuya mirada parece muchas veces puesta sólo en Dios y no en la forma como la perfección en que éste consiste se revela y encarna en el orden de la vida. La historia, de esta manera, adquiere una primacía que no había tenido nunca hasta entonces (a los griegos, por ejemplo, les parecía una manifestación humana menor, al compararla con la poesía), y que no volvió a tener jamás en ningún más adelante..... Pero no la historia como disciplina, que ellos valoraban bien poco, sino algo que nunca analizan los historiadores: lo que Hegel llama la “historia universal” (los patrones o tendencias que determinan la evolución de la humanidad como un todo. Veamos esto a continuación.

Las FEH no se interesan en el pasado, sino más bien en el futuro: Los FEH hablan de la historia todo el tiempo, destacan lo importante que ella es en los planos más significativos, pero toda esa parafernalia no significa nada, porque la historia misma les interesa realmente bien poco. ¿Para qué les sirve? Les aporta ejemplos que sirven para avalar sus grandes interpretaciones sobre lo humano, pero de una manera bien mañosa, porque la interpretación misma es siempre anterior a los hechos, y además de eso, inmune a los hechos: ningún hecho contradictorio con una filosofía de la historia, ha hecho que su creador la abandone. Los FEH no dan mucho crédito a la historia, como disciplina, porque en el fondo la desprecian, por sus limitaciones más evidentes.
La historia que nos presentan los historiadores, que ofrece conocimiento seguro de las cosas que se dieron en el pasado, es algo valioso, pero intelectualmente poco sustantivo. ¿Qué nos aporta el historiador de pala y picota? Gracias al trabajo de los historiadores hemos podido conocer montones de hechos, que ellos estudian individualmente, sin tratar de ver si tienen conexiones unos con otros, sin tratar de establecer, si cada constelación de hechos se encuentra conectada con otra constelación de hechos, que se hayan dado antes o después, de una manera significativa, sin tratar de ver, al final, si el curso total de cosas que hay sucedido y van a suceder, son elementos o partes de un plan racional más amplio, de una trayectoria de progreso que lleve las cosas de un estado inicial a alguno final.
Los historiadores nos ofrecen conocimientos parcelados, que no dicen nada importante sobre lo que pasa a la humanidad, que está evolucionando todo el tiempo, siguiendo tendencias que desconocemos. Lo interesante es ir más lejos que los historiadores, trascender a los hechos mismos, para las leyes de desarrollo histórico que explican la evolución de la humanidad, como conjunto.
¿Interesa el pasado? Por cierto, pero sólo en la medida que su estudio permite conocer estas leyes del cambio y aventurar, a partir de ese conocimiento, predicciones sobre el futuro del hombre: a diferencia de la historia ordinaria, que pone siempre el foco en el pasado, podemos decir, el foco de la FEH está puesto en el futuro.
¿En qué va a terminar todo? ¿En un reino de libertad como piensan Hegel y Fujuyama? ¿En un perpetuo retorno a ciertas raíces primarias, como propone Vico? ¿En una maravillosa sociedad sin clases, como señala Marx?
La historia le interesa al FEH, tal como vemos, pero de no por si misma, sino de una manera derivada. Los FEH piensan que existen tendencias subterráneas, que conducen a la humanidad hacia cierto final, un final inexorable, piensan que esta trayectoria de progreso es totalmente inevitable, confían en que al develar la leyes que regulan las transiciones, de una fase a la otra, podrán entender ese destino y anticiparlo.

Los FEH piensan que la historia tiene no sólo un fin, sino también un final: Aquí hay una conexión con el punto anterior. Estos filósofos pensaban que la trayectoria de progreso que evidenciaba la humanidad como conjunto, que se hacía visible a través de lo que nosotros llamaríamos “historia universal”, desmbocaba siempre en un telos, una especie de final feliz. Estos filósofos diferían con relación a cuál debía ser ese final y a cuándo se iba a producir. Para algunos, el final feliz estaba en el presente del estado alemán (Hegel), para otros en el futuro (Marx). Pero final feliz hay siempre. Luego de llegar a ese estado cúlmine, esta pulsión innata de la humanidad a avanzar siempre hacia adelante, se detendría. Nos encontraríamos, por lo mismo, ante un auténtico “fin de la historia”.

Existencia de un factor causal primario: FEH dan por sentado que la historia avanza hacia su final racional bajo el impulso de de factor causal primario, principio guía o cómo quiera llamárselo. Mandelbaum lo señala: “a philosophy of history is any interpretation of history which purports to derive from a consideration of man’s past a single concept or principle which in itself is sufficient to explain the ultimate direction of historical change at every point in the historical process. Thus, any philosophy of history consists in the formulation of a law of historical change which explains the direction of flow of concrete events” (M. Mandelbaum, “A Critique of Philosophies of History…”, p.365).

La concepción de la realidad evolutiva del hombre como organizada en etapas: Los FEH piensan que la trayectoria de progreso que muestra la humanidad no es lineal, sino está ordenada en grandes etapas, a las cuales se llega luego de momentos de quiebre. El tránsito entre una etapa y otra, tal como dijimos más atrás, está gobernado por leyes, solo que no del tipo que interesan a los científicos, que indagan en la realidad para descubrir constantes, sino leyes de desarrollo, leyes que explican que se produzca el cambio, de manera inevitable, entre una fase y otra. Estos filósofos tienen una visión poco alentadora sobre la potestad del ser humano, como dueño de su destino. Piensan que las individuos son libres para construir su destino y rechazan todo determinismo extremo. Pero la libertad que tienen en mente no es absoluta, porque siempre está limitada por las necesidades que impone la historia, manifestada a través de las etapas. El problema es este: no importa lo que haban las personas, nadie puede saltarse las etapas; nadie puede inventar un final distinto del que está previsto; lo único que pueden hacer los individuos, realmente, es sacar ventaja de las posibilidades que permite cada momento o apurar la marchar para llegar a donde hay que llegar. Marx lo dice así: “Cuando una sociedad ha descubierto la ley natural que determina su propio movimiento, ni aun entonces puede saltarse las fases naturales de su evolución ni hacerlas desaparecer del mundo de un plumazo. Pero esto si se puede hacer: Puede acortar y disminuir los dolores del parto”.

La unidad mínima de análisis para la FEI no son los individuos sino determinados grupos: La premisa de que la historia tiene sentido y de que progresa siempre hacia un estado mejor de cosas no camina si miramos las cosas desde la perspectiva de los individuos a los cuales les afectan los hechos. Para ellos, muchas veces, los avatares de la historia pueden asomar como algo un poco caótico, porque la mayoría de ellos no tienen una relación significativa entre sí, para con sus vidas (como individuos). Según estos pensadores esto es real, pero se debe a una cuestión muy clara: las tendencias o las fuerzas primarias van interviniendo sobre nosotros a una escala mayor que la del individuo; van actuando y beneficiando a la humanidad como conjunto; el bien, pues, no está muchas veces en lo que pasa a los individuos, sino a la humanidad; a esa escala, lo que puede apararecer como incoherente, para el individuo, se nos puede ofrecer como ordenado e inteligible; es cosa de ampliar el campo visual, desde lo singular al conjunto, para que pueda quedar claro que acotecimientos cuyo sentido no era nada de evidente, servían demanera positiva a un propósito más amplio.
Esta general, que vemos desarrollada por primera vez en Kant, hace que las filosofías de la historia apunten siempre a lo general: el protagonista de la historia no son los individuos a los que les pasan cosas, grandes o pequeñas, no son nunca los individuos, que no son considerados como existentes por ninguno de estos esquemas. El protagonismo real lo tienen siempre determinados grupos, entes colectivos, que son priorizados por los filósofos como si se tratara de enviados directos de la Providencia: la ‘humanidad’ para Kant, el ‘pueblo’ para Herder, el ‘estado’ para Hegel, el ‘proletariado’ para Marx.  Esta opción por los grupos, con preferencia a los individuos, no comporta un interés especial por lo social, como el que es característico de los sociólogos, como es propio de quienes han adoptado un enfoque cientírico. Esto, porque lo que interesa no es descubrir leyes universales que pongan de manifiesto las constantes del comportamiento social, porque aquí no interesa destacar el peso que tienen las estructuras o lo social, en general, sino con destacar el papel especial que cumpliría determinado grupo o actor colectivo, que ellos tratan como si fuera una especie de ‘pueblo elegido’, un grupo especialísimo que cumple el papel de conductor de los cambios, un grupo que se conecta mejor o más profundamente con las tendencias de la época, con las fuerzas espirituales primarias, un actor cuyo destino tiende a condicionar lo que sucede al conjunto; se trata, al final, de descubrir como operan leyes de cambio, y no leyes que van a la siga de valores constantes.
Los individuos son trascendidos siempre por las fuerzas. Y eso no es por azar. El problema es que las personas tienen potencialidades y recursos que son necesarios para hacer avanzar la historia. Pero para lograr cosas importantes, es necesario congregar los recursos y capacidades de muchas personas a la vez, en línea de tiempo largas, que transcienden la vida de un ser humano. Por eso nunca vamos a poder descubrir las tendencias principales que rigen la historia, mirandola por la rendija limitada que ofrecen los individuos. Hay que hacerlo usando una perspectiva más amplia. Vamos a descubrir que estas fuerzas básicas hacen que la historia avance, aprovechando estas potencialidades o recursos positivos de los individuos, pero también de una manera un poco más compleja: utilizando incluso el lado malo de las personas, aprovechando su egoismo o su afán destructivo, para empujar la historia hacia donde debe ser….

La principal herramienta con que cuenta le filósofo para llevar adelante esta tarea es la ‘metafísica’: La filosofía es esencial, porque ella tiene ventajas evidentes, para completar la tarea que necesitamos completar (para rebelar el gran plan de Dios), que no están a la altura ni de los historiadores, ni de los científicos (ni tampoco de los filósofos tradicionales). El filósofo de la historia tiene como objeto ‘historia’ en lo que llamé primera acepción. Como res gestae (curso de hechos), no como rerum gestarum (el estudio que se ocupa de ese curso de hechos. Los alcances del tipo de relación que se entabla con este objeto son los siguientes. Los filósofos especulativos piensan que la tarea propuesta no está a la altura de los historiadores ordinarios, ni de los filósofos de la ciencia, porque ambos se confían, en sus estudios, con los datos que les ofrece la percepción. Eso no sirve. Nuestro aparato perceptor, incluso cuando es usado con el rigor del científico, es limitado para llegar al fondo de la historia. Eso es claro con el historiador ordinario, cuyos medios empíricos se quedan demasiado ‘cortos’ (ni para los teólogos, cuyos medios se pasan de largo) para poder revelar la racionalidad subyacente en el curso de acontecimientos. Una empresa tan importante necesita algo distinto de recursos de pensamiento que pone en juego el historiador ordinario, un miope profesional cuyo campo de visión está restringido a la realización de sus pequeñas tareas de erudito: examinar datos aislados para reconstruir hechos puntuales, con empatía, prescindiendo casi siempre de todo lo general que se revela en esa pieza minúscula de pasado (aunque su mirada de lo particular, siempre presuponga lo universal). También es claro con el científico el filósofo de la ciencia, que es un pensador avaro: que se limita a estudiar la historia como una disciplina científica (cómo los historiadores practican su oficio), que se limita a examinar los medios ridículos con que los investigadores auscultan las capas más externas de lo real. Para picar a fondo en la búsqueda del plan de la historia hay que apelar a la disciplina más potente de todas, una filosofía de las filosofías, que se realiza en el examen de la historia, capaz de decirnos cosas sustantivas acerca de la estructura fundamental de la realidad. Para llegar a eso no sirve ni la erudición barata ni los recursos usados por la teoría del conocimiento. Se necesita penetrar en el fondo del tema usando como medio el pensamiento especulativo de la metafísica.
¿Cómo es esto de la metafísica? Durante mucho tiempo se ha pensado que la realidad que se nos muestra es un espejo falso. Más allá de estas apariencias, existen ‘ideas’ puras, ‘esencias’, elementos primarios constitutivos de la real, que no son directamente accesibles a nuestros sentidos. Platón razona esto a través del Mito de la Caverna. Para ver las realidades que están detrás de las sombras, no sirve la observación, que siempre engaña, ni siquiera cuando ella está sometido a control público (como sucede con la ciencia). Para llegar más allá de la físico, el único instrumento útil es la razón, porque en ese más allá lo que hay tiene una arquitectura similar a la que tiene el medio empleada. La realidad de las ideas o esencias, se presume, es racional. El método es simple. Hay que sumergirse dentro de sí, como filósofos, y hurgar allí hasta encontrar a ese árbitro universal que todos tenemos. Ese ‘yo’ racional, que la filosofía posterior a Descartes ha llamado el sujeto trascendente. Con la ayuda de esa brújula interior hay que salir a la realidad, para remontar lo inmediato-físico, hasta acceder a la esfera de lo meta-físico.
El árbitro interno que cada uno lleva puesto no es cualquier cosa. Descartes y Kant inventaron un ego trascendente que tenía la extraña propiedad de poder observar la realidad en el completo extrañamiento (como sólo lo puede hacer Dios, indica Putnam): desde un fuera de ella y desde un fuera del sí mismo (y de las cárceles del lenguaje que nos conectan con la cultura y la vida práctica). Lo hicieron porque sólo un ser tan despersonalizado, como lo es un exiliado, podía mantener una relación neutral y sin distorsiones con su objeto.  
Desde ese momento en adelante, la historia de la filosofía ha consistido en el esfuerzo de establecer qué facultades de la mente son las que pueden asistir mejor a este arbitro trascendente, que dicta sus sentencias guiándose por lo que le dicta su puro fuero interno, en la labor de discernir lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo real.
Con Hegel y Marx el sueño epistemológico alcanza su momento de mayor gloria. Las virtudes sobrenaturales del árbitro interior reciben un gran espaldarazo cuando se comienza a historizar todo, árbitro incluido. Seguimos teniendo un foco de trascendencia, solo que ahora no se trata de algo tan menudo como un ego, sino de la historia toda.

b) Declinación de las filosofías especulativas de la historia

Los historiadores hemos tenido, desde la constitución de nuestra profesión, a principios del siglo XIX, una relación bastante problemática con la FEH y con la filosofía, en general.
Los fundadores de nuestra profesión rechazaron las tendencias de su época, que destacaban la importancia del trabajo intelectual puro, del vuelo interpretativo. Les parecía que los sofisticados edificios intelectuales construidos por los filósofos eran demasiado pesados, y terminaban, siempre, falsificando la realidad: los estudiosos de propensiones demasiado interpretativas, pensaban, terminaban siempre encontrando los datos necesarios para afirmar la verdad de sus sistemas.
Lo que resultó de esto es un legado que persiste hasta hoy: los historiadores piensan que la buena historia comienza solo a partir del momento en que termina la filosofía (la divagación muy encumbrada, sin fundamentos)
Propusieron, en contra de eso, un verdadero culto al dato en estado bruto, cuyo correlato era la censura de tres componentes fundamentales de la historia, tal como se daba en esos años:
  • El componente filosófico o metafísico (la propensión a sobreinterpretar la realidad, afirmando cosas que no se sustentan en los hechos),
  • El político (la propensión a escribir historia del pasado para el presente) y
  • El literario (la idea de que nuestro trabajo era una actividad más humanista que científico, basada en una bien curiosa idea de lo que es ciencia, por cierto.

Este culto al dato en estado puro, su noción de la historia como ‘ciencia de los hechos’, los hizo rechazar, con mucha fuerza, a las FEH, antes que nadie, precisamente en el siglo en que la gran filosofía adquiría más prestigio y fuerza que nunca.
No es que los historiadores tuvieran una mala disposición a la filosofía o que la consideraran poco importante. El problema es que la entendían como algo muy distinto a su trabajo y como algo que no debía ser, nunca, parte de su actividad profesional. Ellos querían evitar confusiones declarando el modo de trabajo de los FEH con el pasado como un modo ilegítimo….
Hacia fines del siglo XIX, la mala disposición de los historiadores hacia la FEH se generalizó. En todos los niveles, se instaló la sensación de que la gran filosofía, aquella que pretendía abarcar toda la realidad del hombre, había sido un proyecto totalmente fracasado.
Los pensadores, de todos los signos, comenzaron a desconfiar de la FEH. Esta actitud hacia la FEH no estuvo reservada para grupos específicos de (por ejemplo, los interesados en estudiar la historia como disciplina científica). Lo que ocurrió, más bien, fue una reacción generalizada, en la que participaron todos, en contra del modo de pensar la realidad de los filósofos clásicos, aquellos que dominaron este campo desde el tiempo en que reinaron los griegos, hasta la etapa dorada de los alemanes.
Lo que ocurrió, en suma, fue un conjunto de cambios atmosféricos que se produjeron, durante el siglo XX, dentro del ámbito del pensamiento, en nuestro mundo occidental.
Nuestra filosofía contemporánea dejó de confiar, como la clásica, en la metafísica, y comenzó a cuestionar todos sus supuestos. Lo central fue esto: los filósofos dejaron de pensar de sí mismos como las autoridades infalibles y últimas en todo lo concerniente al hombre; los avances increíbles de la ciencia terminaron por convencerlos que la forma de razonamiento empleada por las ciencias exactas podía ser socialmente más fértil que los alambicados sistemas interpretativos que ellos habían construido, y que no habían acabado en cosas concretas, como si pasaba con la ciencia (salvo en regímenes un poco brutales, cuya única justificación parecían ser las razones de la historia).
Luego de la Segunda Guerra Mundial las filosofías especulativas de la historia comenzaron a vivir un apurado proceso de decadencia. No se trató de una declinación sutil. Fue una muerte por aplastamiento. Hoy en día las ‘filosofías de la historia’ son iguales a los dinosaurios. Uno puede encontrarse con ellas solamente en los libros de historia. Porque más allá de las versiones discretas que ofrece un Fukuyama ya no quedan ejemplares vivos de este modo de mirar el mundo.
Este fenómeno cataclísmico es bastante sorprendente. Siempre hubo, antes, detractores para la filosofía especulativa de la historia, que se han encargado de desnudar sus falencias lógicas y metodológicas. Si uno busca, va a encontrar más de algún nombre en el siglo XIX y hasta en el siglo XVIII. Lo que sucede es que en el siglo XX las voces críticas dejaron de ser gritos en el vacío, que no resuenan ni tienen ecos. Se hicieron mucho más numerosas y comenzaron a ser mejor escuchadas. Al cabo, la filosofía especulativa acabó cayendo en completo descrédito, casi por debajo de la futurología o el tarot. Si debía haber una filosofía de la historia –cosa en sí misma muy dudosa–, que tenía que ser algo completamente distinto.
La FEH sencillamente dejó de aparecer a los ojos de los especialistas y de la comunidad como un enfoque aceptable. Como comenta Morton White, llegó el momento en que la gran especulación acerca del desarrollo de la sociedad, las leyes históricas que querían explicar el auge y declinación de las civilizaciones o la importancia de ciertos factores estructurales preponderantes, que habían sido los caballos de batalla con los cuales idealistas y materialistas, monistas y pluralistas, habían querido enfrentarse en nuestros pequeños dominios, para zanjar las grandes cuestiones que importaban a la metafísica, perdieron todo atractivo.
Un cambio de folio dramático y completo. ¿Qué había sucedido? ¿la crítica destructora de los enemigos internos y externos del pensamiento especulativo había rendido sus frutos?.
En parte sí. En unos casos, como sucede con el primer positivismo lógico, hubo cuestionamientos por razones internas (razones propiamente filosóficas). Las teorías o proposiciones metafísicas fueron descritas por estos filósofos simplemente como carentes de sentido, impotentes para generar conocimiento. En otros, en que los cuestionamientos eran más ponderados pero no menos firmes. Se mantenía que la utilidad del pensamiento especulativo se restringía a proporcionar marcos generales para la interpretación o las conjeturas iniciales, cuyo valor podía ser, como máximo, el de servir de fuente de inspiración para el investigador, pero nunca el de proporcionar información de cierta utilidad acerca de la realidad.
Pero en otros casos, la causa del descrédito estuvo relacionada con un tema más bien político que filosóficos.
Recordemos lo siguiente. Los grandes personajes, que empujaron cambios revolucionarios en el mundo, como Lenin, Hitler o Mao, lo hicieron amparados en los fundamentos tan discutibles que les aportaban sus propias interpretaciones de lo que proponían las cripticas FEH del siglo XIX.  Luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando los fascistas fueron derratados y occidente inició su cruzada contra el comunismo, la FEH fue públicamente descreditada por figuras de verdadero calibre en occidente, como Popper o Hayek, quienes endilgaron a estos grandes sistemas responsabilidad en los genocidios y en las guerras.
El golpe de muerte vino un poco después, cuando los supuestos mismos de estas grandes interpretaciones fueron refutados por los postmodernos.
Los postmodernos, de Lyotard en adelante, han cuestionado con firmeza la legitimidad de las ‘Grandes Narrativas’, de las ‘Metarrelatos’, en un plano más general. Los grandes relatos, en historia, en economía, etc., son inventos consoladores que han servido para sojuzgar a los débiles, a los distintos; hay que terminar con ellos; hay que expulsar todo resabio de metafísica de las ciencias sociales.
Pero hay otra razón para la pérdida de importancia de las grandes interpretaciones filosóficas, que no tiene que ver ni con los cuestionamientos internos o externos, sino más bien con la valoración que hacemos hoy en día sobre las cosas que son significativas.
Desde hace muchos siglos que la filosofía es vista como la disciplina madre, como la rama fundamental de conocimiento, bajo cuyo paraguas están abrigadas todas las otras. Esta realidad ha cambiado, de manera concluyente. La filosofía ocupa una posición cada vez más disminuida en la sociedad, siendo eclipsada hoy por la ciencia (cuya posición central ya no cuenta con ningún contrapesa).
La ciencia se ha transformado en la nueva disciplina madre, desplazando a su predecesora (que se ha doblegado de la peor manera: acortando la importancia que concedía a sus propios temas y dedicándose en un grado importante a estudiar a su rival, convertida en filosofía de la ciencia, como si el único tema sobre el que vale la pena razonar sea este).
Las filosofías especulativas de la historia, podemos decir, han muerto. Ya no hay filósofos ni historiadores que dediquen su vida a la elaboración de sofisticados edificios metafísicos que intenten poner en orden todos los asuntos del hombre, desarrollando una especie de gran interpretación, semi-religiosa, que haga sentido de todo lo sucedido y de todo lo por suceder. Las versiones contemporáneas de estos sistemas, tipo Fukuyama, está visto, son pobres remedos de los esfuerzos brillantes de Herder, Kant y sobretodo Hegel.

c) Sobreviviencia de las filosofías de la historia en la historiografía contemporánea

Las FEH están muertas, porque ya no son importantes para nosotros. Pero no están tan muertas como pensamos, porque siguen vivas, de una manera distinta.
Vamos a concluir esta parte del curso hablando sobre eso.
Las filosofías especulativas de la historia han logrado sobrevivir, de todas maneras, transformadas, camufladas, de dos maneras principales que son súper importantes para la historia.
  • Ciertos historiadores se consideran seguidores de algunos filósofos especulativos, que citan como autoridades en sus obras. Los grandes sistemas especulativos no son usados por ellos, ciertamente, tal cual los concibieron y presentaron sus autores. Porque de haber sido así, no se trataría, en ningún caso, de obras de historia, sino de extraños revival metafísicos, sustentados en una base de información empírica algo más amplia, pero siempre menor de lo que necesitan hipótesis que intentan cubrir toda la historia mundial. No es eso. Cuando un historiador aprovecha la obra de estos autores lo hace aplicando recortes y simplificaciones a granel. El historiador se apropia de aspectos parciales de un sistema, convirtiendo esa apropiación en un marco interpretativo muy ad hoc, al que se pide colaboración porque en la práctica ha quedado demostrado que sirve para examinar la realidad e iluminar ciertos aspectos. Estos marcos, insisto, no se usan tal cual los dejaron esos creadores que nos hablaban en las lenguas extrañas de la metafísica. Uno toma de ellos ciertos principios heurísticos y metodológicos, los reelabora, los simplifica, y los aprovecha como instrumentos para mirar aspectos de la realidad, desde un punto de vista científico y político determinado. Casi siempre estas adaptaciones recogen los frutos del trabajo de un adaptador anterior, que se ha vuelto un canon. Estas figuras mediadoras son las que tomaron la materia prima que ofrecen las FEH y las han adaptado de una manera que demuestra ser interesante para los historiadores. Los E.P.Thompson, para los historiadores sociales, los L. Ranke para los historiadores de los estados nacionales, sobre lineamientos idealistas. Ellos son nuestras verdaderas autoridades. Uno los cita en las páginas introductorias en que discute los fundamentos teóricos y metodológicos del esfuerzo desarrollado a lo largo de las páginas del libro, convertidas en nuestro marco teórico (un marco teórico bien particular, por cierto). ¿Qué tipos de FEH han logrado tener esta sobrevida de segunda generación a través de la historiografía?. Tenemos, por ejemplo, a Vico. Su noción de la historia como ciclo revivió en Spengler y ha tenido ecos en alguna historiografía menor, como sucede con nuestro Alberto Edwards y su “Fronda aristocrática” o, más recientemente, Gonzalo Vial. Tenemos, sobretodo, a Marx. Ha surgido, luego de la Segunda Guerra Mundial, una rica historiografía marxista, que transforma las tesis de la preeminencia de lo económico y de la lucha de clases, en instrumentos que sirven para hacer sentido de determinados fenómenos socio-económicos que son bien característicos de las realidades que conoció el mundo a fines del siglo pasado y en la primera mitad del siglo XX (aunque quizás menos apropiados para hacer sentido de las extrañas sociedades sin clases que comienzan a surgir en algunos rincones del mundo, hoy en día). Esta historiografía, que ha mitigado a Marx lo suficiente para que pueda escribirse buena historia, ha logrado poner de rodillas, junto con el estructuralismo de los historiadores de los Annales,  a la historia tradicional (lo que no es poca cosa), permitiendo, con ello, que el abanico de posibilidades temáticas que abarca la disciplina se vuelva mucho más amplio....
  • Una de las formas más interesantes en que han sobrevido las filosofías de la historia, no es la descrita, que es la más visible y explícita, por decirlo de alguna manera, sino una que no se nota nada, porque opera por debajo de lo declarado y lo consciente, en lo que los narrativistas y los postmodernos llamamos el “sotano del texto”. ¿Cuál es el punto aquí? Los textos históricos están armados de materiales que nos parecen muy claros: contienen datos, que los escritores intentan utilizar para afirmar argumentos explícitos, destinados a mostrar algo, probar algo, justificar algo. Para lograr ganarse al lector, intentan afirmar estos argumentos en buenas pruebas. ¿Cómo construir un argumento contundente? Para hacerlo pueden echar manos de las herramientas de análisis que aportan las teorías que siguen. Pero esta operación no se completa nunca con ayuda de los instrumentos que aporta la ciencia. Aquí no hay, tal como pasa con las otras disciplinas, reglas para interpretar y organizar los datos, que sean transparentes, y que generen resultados infalibles. La historia es una actividad humanista, de tipo bien intuitivo, que construye interpretaciones subjetivas, que son personales, que no están gobernadas por reglas como las descritas. Esto es importantisimo, porque abre las puertas para que el trabajo con los significados de la realidad, a nivel del texto, termina siendo controlado por elementos que no tienen nada que ver con las elaboraciones más conscientes del escritor, con lo que el declara como los fundamentos para sus análisis: en esa esfera difusa, es donde interfieren las filosofías de la historia, las visiones éticas, estéticas y políticas del escritor, y principalísimamente, sus esquemas interpretativos, las filosofías de la historia subyacentes con las que comulga.

Lo interesante es que estos a priori no se cuelan ni se reflejan en la parte en que el escritor declara sus premisas, diciendo “voy a hacer un análisis funcionalista o marxista de la materia”, sino en el cuerpo de la narración, en el relato mismo, donde nosotros interpretamos la realidad componiendo un relato, sin preocuparnos, en esa parte de nuestra labor, si las declaraciones iniciales de intenciones son fieles con lo que declaran los apartados teóricos y metodológicos con los que iniciamos nuestros estudios. Por ese motivo los filosofos postmodernos de la historia están revalidando hoy en día las filosofías de la historia, argumentando que no existe una diferencia de fondo, sino solo de grado, entre historia ordinaria y la FEH: ambas pre-interpretan la realidad a partir de esquemas filosóficos, solo que una de ellas, la primera, finge que eso no sucede, y la segunda, por el contrario, es más honesta y expone sus a priori.