Las disciplinas nacen, se desarrollan y perduran porque aportan algo a las personas, como individualidades y a las sociedades de las cuales ellas forman parte. Su utilidad, en muchos casos, es manifiesta. Basta pensar en casos como el de la biología o la economía. Gracias a la primera logramos conocer mejor el fenómeno de la vida. Explicamos los componentes de los organismos, también como funcionan éstos. Nos ganamos, a su vez, beneficios mucho más directos: logramos entender las razones que hacen que los organismos dejen de funcionar. Podemos bajar eso al ámbito de la ciencia aplicada, y tenemos una medicina que cuida la salud de las personas o una ingeniería genética que mejora los alimentos... Con la economía pasa igual. El estudio de los pequeños mercados nos aporta las claves para entender la dimensión material de la vida en sociedad. Gracias a los conocimientos derivados analíticamente, esta ciencia del comportamiento económico permite que tome forma un tipo de ingeniería social que aporta a los gobiernos buenos instrumentos de análisis y de conducción política, que ayudan a las autoridades a ser más solventes en su ejercicio (aunque no demasiado).
Esto pasa en general con todas las ciencias. Incluso con las abstractas y puras. Todas ellas surgen para dar respuesta a las grandes preguntas que alimentan la curiosidad de un ser humano un poco perdido en la vida, que quiere conocerse mejor y dominar su medio. Todas ellas aportan información, enfoques, conceptos, que permiten que la vida cotidiana de las personas mejore cada día. La gente sabe esto. Aunque no entienda el trabajo un poco esotérico de los expertos, percibe que éste contribuye, de alguna manera, a que mejoren las condiciones de vida, a que las sociedades expandan su potencial... Es consciente, por ejemplo, de que los países que no tienen capacidad científica y tecnológica se encuentran en una posición sumamente frágil, casi a las puertas del subdesarrollo. ¿Qué proyecto político importante ha podido proyectarse de manera perdurable dentro de sociedades ignorantes?. Pocos, acaso ninguno. Por eso los estados, comprendemos, deben asumir el financiamiento del trabajo científico como una tarea prioritaria.
Esto pasa en general con todas las ciencias. Incluso con las abstractas y puras. Todas ellas surgen para dar respuesta a las grandes preguntas que alimentan la curiosidad de un ser humano un poco perdido en la vida, que quiere conocerse mejor y dominar su medio. Todas ellas aportan información, enfoques, conceptos, que permiten que la vida cotidiana de las personas mejore cada día. La gente sabe esto. Aunque no entienda el trabajo un poco esotérico de los expertos, percibe que éste contribuye, de alguna manera, a que mejoren las condiciones de vida, a que las sociedades expandan su potencial... Es consciente, por ejemplo, de que los países que no tienen capacidad científica y tecnológica se encuentran en una posición sumamente frágil, casi a las puertas del subdesarrollo. ¿Qué proyecto político importante ha podido proyectarse de manera perdurable dentro de sociedades ignorantes?. Pocos, acaso ninguno. Por eso los estados, comprendemos, deben asumir el financiamiento del trabajo científico como una tarea prioritaria.
Las personas saben más que esto. Cualquier sujeto de la calle puede expresar opiniones bastante certeras acerca de lo que hacen mucho disciplinas científicas, entienden los temas que tratan, las respuestas que buscan y logran discernir de una manera general, para qué sirven.
Esta es la norma, pero hay casos y casos. Hay ciertas ramas del conocimiento, como la historia, que tienen una posición bastante falsa dentro de la conciencia de la sociedad. Las personas tienen información acerca de ella pero no logran responder, con precisión y honestidad, a la pregunta de ¿para qué sirve?. ¿Cuál es el valor social de la historia? ¿por qué razones conviene seguir practicando esta especialidad? La gente piensa que nuestra función es estudiar, en forma desapasionada, la verdad del pasado, sin ningún propósito detrás, sin buscar con ello ningún bien y ningún mal, como si los temas mismos y los resultados del trabajo investigativo, no nos importaran gran cosa. Solo el logro de un conocimiento puro, de las cosas remotas, “tal cual han sido”. Esta idea general no la toman del aire. Nosotros, los historiadores, creemos que la mayor gracia de nuestro conocimiento es ayudarnos a penetrar mejor en nuestros objetos, sin ninguna razón presentista, sin ningún motivo político, liberados de prejuicios... Conocer por conocer no más.
Pues bien. Si se tratara sólo de eso, quizás no valdría la pena gastar el dinero de los contribuyentes manteniendo a millones de estudiantes. El puro conocimiento contemplativo de cosas muy antiguas, de cosas que ya no existen, no parece tener, por si mismo, demasiadas justificaciones, salvo que encontremos una manera de usarlo para algo. Pero ¿para qué?. Los teóricos postmodernos consideran que la historia, tal cual se practica desde el siglo V a.C en adelante, cumple una serie de funciones, de las cuales nosotros no somos conscientes. Piensan de que luego de hacer explícitos todas los prespuestos que se ocultan detrás del ideal de la total neutralidad, va a quedar de manifiesto el siguiente resultado: vamos a descubrir que este discurso desapasionado que finge proximidad con la ciencia, disfrazando su profunda conexión con la literatura y la filosofía, solo ha servido, al final, para reprimir a las personas y las sociedades (haciéndolas respetuosas de las leyes, amantes de la patria, partidarias de la conservación del status quo político o cultural). Promueven, por lo mismo, la afirmación de formas distintas de mediar con el pasado, que ayuden a lograr una verdadera liberación de las potencialidades del ser humano, lo que equivale, al final, a declarar como aconsejable, saludable e inminente, la muerte de la historia (de la manera de estudiar el pasado que ha prevalecido hasta el día de hoy).
Esta es la norma, pero hay casos y casos. Hay ciertas ramas del conocimiento, como la historia, que tienen una posición bastante falsa dentro de la conciencia de la sociedad. Las personas tienen información acerca de ella pero no logran responder, con precisión y honestidad, a la pregunta de ¿para qué sirve?. ¿Cuál es el valor social de la historia? ¿por qué razones conviene seguir practicando esta especialidad? La gente piensa que nuestra función es estudiar, en forma desapasionada, la verdad del pasado, sin ningún propósito detrás, sin buscar con ello ningún bien y ningún mal, como si los temas mismos y los resultados del trabajo investigativo, no nos importaran gran cosa. Solo el logro de un conocimiento puro, de las cosas remotas, “tal cual han sido”. Esta idea general no la toman del aire. Nosotros, los historiadores, creemos que la mayor gracia de nuestro conocimiento es ayudarnos a penetrar mejor en nuestros objetos, sin ninguna razón presentista, sin ningún motivo político, liberados de prejuicios... Conocer por conocer no más.
Pues bien. Si se tratara sólo de eso, quizás no valdría la pena gastar el dinero de los contribuyentes manteniendo a millones de estudiantes. El puro conocimiento contemplativo de cosas muy antiguas, de cosas que ya no existen, no parece tener, por si mismo, demasiadas justificaciones, salvo que encontremos una manera de usarlo para algo. Pero ¿para qué?. Los teóricos postmodernos consideran que la historia, tal cual se practica desde el siglo V a.C en adelante, cumple una serie de funciones, de las cuales nosotros no somos conscientes. Piensan de que luego de hacer explícitos todas los prespuestos que se ocultan detrás del ideal de la total neutralidad, va a quedar de manifiesto el siguiente resultado: vamos a descubrir que este discurso desapasionado que finge proximidad con la ciencia, disfrazando su profunda conexión con la literatura y la filosofía, solo ha servido, al final, para reprimir a las personas y las sociedades (haciéndolas respetuosas de las leyes, amantes de la patria, partidarias de la conservación del status quo político o cultural). Promueven, por lo mismo, la afirmación de formas distintas de mediar con el pasado, que ayuden a lograr una verdadera liberación de las potencialidades del ser humano, lo que equivale, al final, a declarar como aconsejable, saludable e inminente, la muerte de la historia (de la manera de estudiar el pasado que ha prevalecido hasta el día de hoy).
El tema es largo. Iniciemos la búsqueda de claridades proponiendo nuestras propias respuestas a la pregunta ¿para qué creo yo que sirve el trabajo que hago?.