La teoría de la historia se entretiene tejiendo debates largos y un poco barrocos cuyo tema es el rango de la disciplina como ciencia. Este ejercicio ayuda a dar vigor a la especialidad. Pero ese vigor está, al final, mal empleado, comenta Paul Veyne:
“... habrá que convenir en que [la explicación histórica] no merece tantos elogios y en que apenas se diferencia del tipo de explicación usual en la vida cotidiana o en cualquier novela que relate esta vida. La explicación histórica no es más que la claridad que emana de un relato suficientemente documentado. Surge espontáneamente a lo largo de la narración y no es una operación distinta de ésta, como tampoco lo es para un novelista. Todo lo que se relata es comprensible, ya que se puede contar. No hay problema en limitar al mundo de las vivencias, de las causas y de los fines la palabra comprensión, tan del gusto de Dilthey. Esta comprensión es como la prosa de M. Jourdain, la tenemos desde el momento en que abrimos los ojos y miramos al mundo y a nuestros semejantes. Para llevarla a la práctica y ser un verdadero historiador, o algo aproximado, basta con ser hombre, es decir, con comportarse en forma espontánea”.
[P. Veyne, Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia (1984), pp.69-70].