martes, 25 de septiembre de 2007

Notas sobre las filosofías especulativas de la historia de Hegel y Marx

Hegel comenzaba sus clases diciendo que el objeto central que debe interesar a los estudiosos más serios de la gran filosofía es la "historia universal". ¿Por qué iniciaba ese largo camino por su propio territorio académico haciendo homenaje a un disciplina afuerina? ¿por qué tomarse tan gravemente a una disciplina, como la historia, que siempre había sido considerada por sus pares como una rama subalterna, con un pedigreé intelectual equivalente al de la epigrafía o la numismática? Tenía sus razones. Urgente que conversemos algo acerca de ellas.

Hegel pensaba, en lo esencial, que las cosas del hombre sólo logran hacerse reales en el movimiento perpetuo de la historia, que todas ellas se constituyen como lo que son al hacerse parte de un proceso evolutivo que conduce, de manera inexorable, hacia un destino terminal fijo, además de perfecto.

Ese movimiento hacia adelante, que tiende siempre hacia un telos perfecto, es también, por su propio lado, parte de la misma perfección que ayuda a realizar, aunque de una manera que supera el entendimiento de las personas corrientes. Tarea de filósofos mostrar al mundo la forma que ofrece el patrón básico que regula las ondulaciones del cambio, haciendo visible, a través de ello, la estructura fundamental de la realidad.

La historia (toda la realidad), plantea, se despliega en un solo proceso unitario de desarrollo, plenamente significativo. En ese proceso unitario no existe el azar. Cada acontecimiento contribuye, en su medida, al progreso hacia el telos final; cada uno refleja, a su manera, un orden primario, aquella racionalidad especial que viene de lo más puro y absoluto (Dios), una racionalidad que es profundamente moral y éticamente inobjetable (aunque, nuevamente, de una manera bien extraña, sobre la que algo diré luego).

¿Cuál es el propósito de la historia universal? Hegel, como todos los filósofos especulativos de la historia, estaba convencido de que el plan divino tiende hacia una sola meta: el la llama "libertad".

Dios, el creador eterno, la perfección, la razón pura, quiere eso para el hombre. Pues bien, lo que la razón quiere para nosotros sólo puede hacerse concreto a través de la historia de todo el planeta (o sea, la “Historia Universal”). El Espíritu Absoluto, que llama la Idea, solo se muestra, como lo que es, en la historia. Lo hace, de manera concreta, en fases. Cada una es una superación de la etapa anterior (y una versión disminuida de la subsiguiente). Las primeras grandes civilizaciones, sabemos, surgieron en el oriente. Piensa en las civilizaciones de China, Babilonia y Egipto. Esa etapa, dice Hegel, representa la infancia de la historia universal. Allí la regla general es el despotismo y la esclavitud. En realidad, en estas sociedades sólo hay un individuo plenamente libre: el monarca. Luego de la infancia viene la adolescencia y la juventud. Esto sucede cuando el curso de la historia universal es marcado por la presencia dominante de griegos y los romanos. En la adolescencia griega y la juventud romana la institución de la esclavitud se prolonga, pero la libertad extiende, de todas maneras, su ámbito: todos los ciudadanos son libres, aun cuando no todos los individuos puedan ser ciudadanos. Hasta que llegamos a la plena madurez, el momento en que el Espíritu adquiere plena autoconsciencia, y la libertad humana deja de ser una meta. Esto sucede cuándo la historia es encabezada por mundo cristiano-germano. En ese mismo momento, que se realiza en el siglo XIX, en que Hegel escribe su obra, el ser humano llega a la perfección y Dios se hacer carne plenamente en la tierra. Esto sucede, en particular, con el caso de un pueblo: el alemán. Hay un telos, una meta, pero la meta es un aquí y ahora (no un más adelante, como propondrá Marx) ¿Por qué la libertad se alcanza solamente allí, en su propio país natal? ¿por qué en una nación concreta y no en determinada región, un continente o en el mundo? Hegel considera que la unidad mínima de la historia no son las personas sino las naciones. Ellas, las naciones, son los sujetos de la historia, sus verdaderos individuos. Cada una de ellas, como las personas, tiene un sello, un genio característico. Ese sello se refleja, de manera directa, en sus instituciones, sus leyes, su religión, sus costumbres, su ciencia, su arte, su moral. Lo importante es subrayar que cada uno de estos protagonistas –los estados– hace un aporte especial a la trayectoria de la historia universal. Nadie está de más, nadie de menos. Pero siempre hay naciones cuyo aporte es más significativo para el desarrollo del plan divino, pues constituyen algo así como el emblema o la vanguardia que se encarga de empujar hacia el futuro la historia, en la fase que sea el caso. Esas naciones son los líderes indiscutidos, las verdaderas elegidas del Espíritu (logran encarnar la Idea como ningún otro pueblo de esa etapa), modelo para todas las demás. Atenas en el caso de la fase de la adolescencia... para la plena madurez, Alemania, sin dudas (en Alemania se alcanza la plenitud de la libertad, como nación, como pueblo, como expresión de lo absoluto; por lo mismo, tiene lugar allí el fin de la historia).

¿Cómo logra realizarse lo Absoluto, a través de las naciones y de estas especies de pueblos elegidos? Para que algo abstracto, como una idea, se ejecute en nuestro mundo terrestre, dentro de la unidad fundamental del análisis que ofrece el estado, necesitamos un protagonista, un mediador, un puente que permita que se canalicen las fuerzas motrices del cambio. Ese protagonista son los grandes hombres. Porque las ideas, por si mismas, son impotentes hasta que logran encontrar el respaldo de una voluntad. ¿Cómo actua el destino, sobre estos titanes?. Mediante lo que Hegel llama la “astucia de la razón”. El curso de la historia, nos dice, es perfecto, es plenamente racional. Esto, aunque el comportamiento de las personas pueda parecer lo contrario. No hay acción, paso, pensamiento que tengan los seres humanos que no contribuya a la afirmación de la libertad. Esto sucede sin que las personas lo busquen o sean conscientes de ello. ¿Cómo se logra caminar hacia la perfección? En cada fase, hay personalidades excepcionales, que han sido elegidos como instrumentos del destino. Para obrar sobre ellos, la providencia o la Idea siempre opta por aprovechar su lado malo, que es el que se presta de mejor manera para la puesta en práctica de sus planes. ¿Por qué motivos la cara "b" del ser humano de excepción es más útil que la "a"?. Pues porque estos hombres descomunales tienden a actuar guiados por el egoísmo, mucho más que el común de los mortales, precisamente porque son personas que se sienten especiales.

Al actuar bajo el impulso de las pulsiones más oscuras, los grandes hombres generan gran movimiento en su sociedad. ¿Un movimiento que los contemporáneos agradecen? Eso, casi nunca. La acciones de los egos desbocados generan en las personas de su época grandes dolores, situaciones que aparecen, a primera vista, como moralmente aberrantes –guerras, muertes a granel, crisis sociales, represión, abusos variados–; pero a la vez que producen todos estos graves efectos colaterales, sin advertirlo, las acciones precipitadas de estos personajes ayudan a hacer avanzar la historia hacia la dirección que necesita la Idea.

La actividad de estos grandes hombres, que son los medios que usa el destino, hacen que la historia progrese hacia su plena realización, que es lo perfecto. Pero ¿cómo el camino a lo perfecto puede basarse en acciones de egoísmo profundo, que hacen tanto daño y que son intrínsecamente inmorales? La historia, decimos, es algo racional, por lo tanto moralmente justificable. Y si uno mira como individuo lo que hacen personajes horribles como Hitler o Stalin, que fueron ‘grandes hombres’ en el sentido de Hegel, se pregunta si esta filosofía de lo perfecto no es una simple legitimación de la barbarie. Hegel responde a esto, que considera grave, señalándonos que a estos grandes hombres no hay que juzgarlos por las normas morales corrientes. En su caso, agrega, los medios usados justifican lo que de otro modo sería objetable. Por una razón principal. La vara moral que sirve para juzgar el comportamiento de los individuos no es aplicable a los 'héroes', que se desenvuelven en un plano ético distinto: hay una unidad moral mayor, que es el colectivo en el cual esos individuos participan, lo mismo que las celulas en los distintos organos que conforman nuestro cuerpo. Esa unidad es el estado. Dicho en otras palabras: el individuo suelto no existe; sus necesidades éticas, por tanto, tampoco; la unidad mínima de lo real, para la Idea, para el destino que se realiza en la historia, son los estados; es en esa esfera donde entra a tallar la virtud, donde puede juzgarse lo que lleva al bien.

Pues bien, ya vemos que instrumento usa la Idea para impulsar el cambio. Nos falta un segundo elemento. Aquella fuente de energía, más primaria, empuja por la espalda a los grandes personajes, a los pueblos especiales, generando las condiciones para que pueda producirse el avance una etapa superior en el desarrollo de los estados. Ahí entra a tallar el concepto hegeliano de la “dialéctica”, un peculiar pricipio de los contrarios, el yin y el yan, que permiten que la Idea logre, como un verdadero ser hermafrodita, auto-realizarse, avanzar hacia la plenitud de sus posibilidades, sin necesitar nada externo a lo que ella misma contiene, usando de su propia capacidad para generar todo el tiempo las condiciones para su superación.

“Dialéctica” es una palabra griega que significa modo de llegar a una conclusión superior, a partir del debate. Dos opuestos que se confrontan, que logran generar, como resultado de esa colición verbal, ideas mejores, más altas, más interesantes.

De eso se trata. Todo cambio se produce como resultado del enfrentamiento de elementos antagónicos. Una tesis, confrontada con una antítesis, generando una síntesis (o superación).

En Hegel, que es idealista, la colición de contrarios se produce entre principios o ideas opuestas. Marx retruca que el enfrentamiento auténtico, que ayuda a que se produzcan las superaciones, nunca se da entre ideas. Las ideas, la verdad, ni siquiera existen, como principios puros, como esencias de algo.

¿Qué son las ideas? Las ideas, los principios, los valores, las tradiciones, las esencias, no son más que reflejos de las condiciones materiales. Hegel había sostenido que las ideas aportaban las bases estructurales del edificio de lo real y que las condiciones materiales se hacían concretas en los pisos superiores. Marx da vuelta la metáfora. Las raíces verdaderas de lo real, propone, son las relaciones de producción, las ideas son simplemente el tejado.

Las “relaciones de producción” (condiciones materiales o económico-sociales que se dan en un lugar, en un tiempo: tecnología, recursos naturales, sistemas de propiedad, etc.) predisponen a las personas a tener ciertas ideas. Las filosofías, religiones, gobiernos, leyes, valores morales que priman son las que necesitan esas relaciones de producción. Son sus reflejos, por decirlo de alguna manera.

La superación de cada fase en el trayectoria de desarrollo del curso de la historia, a través del conflicto, no se plantea, por lo mismo, en la esfera de las ideas. Se da en la esfera de lo material.
Con otros protagonistas.

Seguimos anclados en la trama propuesta por Hegel, con algunos matices de diferencia. Hegel proponía, como los guaripolas de sus batallas de ideas a los estados. Destacaba la importancia que cumplía, en cada fase histórica, un pueblo especial, aquel elegido por la Idea realizar el destino que ella quiere para nosotros. Marx da vuelta de campana esta visión binaria, proponiendo como antagonistas otros colectivos, las 'clases sociales', y relevando una de ellas, asignándole la condición de 'elegida' o 'predestinada' (el proletariado, unidad dentro de la cual también nos encontramos con un equivalente a esos héroes individuales, que eran los 'grandes hombres'; en este caso, los miembros que encabezan la 'vanguardia consciente', también resortes del destino, vía mecanismo de la “astucia de la razón").

Una guerra de clases sociales, en lugar de las guerras de estados que entusiasmaban a Hegel (y a varias generaciones posteriores de alemanes, incluídos los que dieron forma al Tercer Reich).

Marx aduce que las relaciones de producción se traducen o se expresan en clases económicas o sociales. En cada momento en la historia de la humanidad, las sociedades terminan dividiéndose y organizándose en grupos de personas que tienen en común la manera como se insertan en el proceso productivo. Desde los tiempos de las bandas de cazadores y recolectores, el mundo de los primeros agricultores.

Cada nuevo momento o fase (o “modo de producción”, para ser más exacto), que adviene luego de una titánica confrontación de clases, representa un nuevo escaño en el proceso de realización del destino inexorable de la humanidad hacia lo mejor, lo más perfecto: ese modo de producción, por su parte, será capaz de auto-generarse, como el anterior, proyectándose hacia lo inevitable, generando en su interior un nuevo conflicto en que se baten con fuerza nuevos antagonistas, uno que retiene todo lo bueno e importante que es propio de la fase, y otro que se queda con la parte mala.

Partimos con disputas de clases muy antiguas, en que el conflicto tiene una intensidad baja. Por ejemplo, las que se traban entre cazadores con recolectores. Avanzamos y avanzamos. Hasta llegar al mundo feudal, del medioevo.

¿Qué condiciones objetivas o materiales se daban cuando primaba el modo de producción feudal? Las condiciones agrarias. En ese mundo, hay una clase económica pujante, exitosa, victoriosa. Es la clase terrateniente o feudal. Debido al progreso que se da en ese mundo feudal, cuando surge el comercio a larga distancia, aparece una clase opuesta. Es una clase que forma su base material a partir de la intermediación de los productos suntuarios que va demando la clase feudal a medida que aumenta su riqueza, como resultado del expolio de las demás clases sociales, que se forja bajo las faldas de los señores del agro, constituye el opuesto perfecto de la clase que ellos conforman. Se trata, también, de su enemiga declarada, frontal.

La guerra es total. Cada una de estas clases desarrolla sus propias ideas (sus valores morales, sus doctrinas políticas, sus leyes, sus sueños), a la vez que las adultera (tratando estos reflejos de una posición de clase como si fueran medidas constantes, elementos de validez universal). Esas ideas, lo mismo que los intereses materiales que reflejan, son también opuestas, se estrellan con las de la otra clase, en un conflicto que no es un simple debate: en algún momento el conflicto toma más fuerza. Inevitable que, entonces, esta guerra tácita se haga explicita, directa. Eso pasó en la revolución inglesa de 1642, que dio origen al parlamentarismo (la burguesía inglesa le torció la mano a la monarquía), en la Francia Revolucionaria de 1789 o en la Alemania de 1848.

Estas revoluciones geneneran un cambio de folio. Entramos al mundo de capitalismo, con el industrialismo, la cultura urbana, todo lo que hemos descritos.

¿Cuál es la importancia del momento capitalista de la humanidad (de este modo de producción)? Que se trata del último peldaño en esta larga escalera hegeliana.... luego de la fase capitalista, tiene que venir el ultimo paso, el definitivo, el momento del comunismo (el telos no está en un aquí y un ahora, como sucedía con Hegel, sino un momento maravilloso del futuro que está por venir...).

Esto no sucederá así porque los malos se vuelvan buenos, ni porque estos eliminen a los malos (aunque eso si va a suceder), sino más bien, porque la historia lleva a eso: la historia se mueve hacia el bien, y el bien, a la larga solo puede ser el comunismo.... hay un última etapa, históricamente necesaria, que tiene que llegar.

El paso se va a dar donde debe darse: en el corazón de las naciones más industrializadas, que es dónde se ha llegado a la posta intermedia del capitalismo. ¿Cómo podría darse el paso en otros lados?.

Allí la burguesía es un actor formidable. Siempre buscando expandirse... contra todos.

Porque la burguesía de los países occidentales, como todas las clases sociales anteriores, va a necesitar desarrollarse. Al hacerlo, inevitablemente, irá generando su antí-tesis dialéctica: el proletariado.

El burgués es el propietario privado del capital. El proletario, es el trabajador asalariado que no posee nada en sus manos (más que sus manos) y que es, constantemente, esquilmado por el burgués. ¿Cómo? El dueño del capital es dueño de algo muerto. El capital no genera riqueza, piensa Marx. La única fuente de la riqueza es el trabajo. Pues bien, los trabajadores, que son los que suman riquezas, no se quedan nunca con los frutos que siembran, en el capitalismo libremercadista. Quien los cosecha es el burgués, que se apropia de la “plusvalía” (se lleva la parte más importante del aporte de ese trabajo, dejando al obrero solamente lo suficiente para asegurar su subsistencia física).

No sólo eso. El burgués siempre luchará por ser más burgués. Sobre todo, más capitalista. Intentará, a como de lugar, aumentar su capital. Cada vez menos personas lograrán concentrar más bienes, más fábricas, más factores productivos. Eso, expropiando a los trabajadores. Pero no sólo a ellos. La rapacidad del capitalista también afectará a los sectores medios, que van a ir desapareciendo, y a los mismos capitalistas...: los burgueses insasiables procurarán arrancar las riquezas que estén en manos de otros burgueses (luego del despojo del proletario viene una carnicería perpetrada dentro de la misma burguesía). Muchos pequeños y medianos capitalistas terminarán engrosando el proletariado.... al hacerse más poderosa la burguesía, por lo mismo, también se hará más potente su opuesto, su antagonista historico... el proletariado, como antagonista, se transformará en un actor cada vez más importante ....; esto siempre por lo mismo: se crece despojando al contrario; al llegar demasiado lejos en la explotación, la víctima toma consciencia de su posición, adquiere consciencia de clase, reclama poder político..., se hace ella, también, más poderosa.

Al final esta mayoría proletariada, cuando la desviación de la plusvalía se ha hecho más acusada, hasta lo grotesco, cuando surge, reflejo de aquello, la alienación, la plena consciencia de clase, viene el momento de la guerra frontal: los proletarios superan, por masacre, a los burgueses restantes... llegamos al final de la cadena: los proletarios “expropian a los expropiadores” (expropian a los últimos expropiadores, aquellos que han logrado reunir los tesoros que han arrancado todos los victoriosos a todos los anteriores derrotados, en esa larga cadena de expoliaciones que conforma los distintos eslabones en la cadena de la depredación) y dan el paso definitivo al abolir la fuente que origina las diferencias y los enfrentamientos en éste, el último escaño en la trayectoria hacia el telos final (la propiedad privada).

Al abolirse la propiedad privada de los medios de producción se pone fin, de una vez por todas, a las diferencias económicas. Al desaparecer las diferencias, desaparecen estos grupos que se distinguían por la posición que ocupaban en el proceso productivo. O sea, las clases. Desaparecen, también, todas las ideas que reflejaban los objetivos e intereses de la antigua clase dominante (la burguesía): desaparece la religión, desaparece el estado, los países. Se afirma, pues, una sociedad sin clases, que comprende, en una última fase, cuando la revolución haya prendido en todas partes, al planeta completo.

Pero todavía no adviene el comunismo.

Falta una posta intermedia, forzosamente breve: la fase de la “dictadura del proletariado”.

El burgués, derrotado, puede reorganizarse e impulsar una revolución al revés. Es decir, una contrarevolución. Está la posibilidad de esa reacción, militar, en defensa directa de los intereses del derrotado. Pero también existe la amenaza reportada por el reflejo indirecto de esos mismos intereses. Durante algún tiempo muchas personas se van a sentir conectadas con el mundo que se ha ido, como aquellas personas a las que sienten cosquillas en una pierna que no existe, porque les ha sido amputada..... No solo los burgueses que han sido despojados por la revolución... también los beneficados por ella.... Van a pensar que la revolución ha terminado con cosas buenas, con cosas fundamentales, y van a querer luchar por ellas.

Inevitable que sobrevivan muchos vestigios de la fase en que dominaba el capitalismo y la burguesía, en las mentes de las personas, incluso en las mentes de quienes eran perjudicados directamente por los capitalistas. Esto porque la extirpación de los valores, las visiones de mundo, los prejuicios, todo eso que está alojado en las consciencias subjetivas de las personas, es más lenta que el cambio de las raices económicas y sociales que condicionaban toda esa ideología: toma un tiempo destruir los valores, las ideas, leyes, tradiciones, sentimientos nacionalistas atávicos, todo ese contorno subjetivo que rodea al burgués (el cuál daba este entorno subjetivo como algo natural, sin advertir que su origen era una simple posición de clase). Se necesita, pues, que el grupo que lideró la revolución (la vanguardia más consciente del proletariado triunfador) concentre todo el poder para lograr desbaratar la amenaza representada por la contrarrevolución y por estos atavismos de lo subjetivo.

Un corto momento de totalitarismo completo para la defensa estratégica, para resetear a las sociedades revolucionadas.

Después de que la elite de la clase revolucionaria ponga coto a estas dos amenazas, haciendo más fuerte que nunca el Estado (los países), el estado se extinguira: ya no habrá una clase explotadora que necesite del estado para defender sus privilegios. No habrá ni burgueses, ni proletarios. Solo seres humanos dichosos, igualitarios, regidos por principios fraternos.

Habrá terminado, por fin, la larga historia de la lucha de clases. Ya no será necesario proyectar más el enfretamiento perpetuo entre los apuestos. Habremos llegado a paraíso de las comunidades, con plena integración social. Un humanismo completo y perfecto. ¿Cómo será ese paraiso de la igualdad? Marx no lo expuso en ninguna de sus obras. Porque pensaba que eso era innecesario: que venga la revolución total, luego el socialismo; el socialismo se encargará de cuidar de sí mismo, e irá rebelando, por su cuenta, cuáles son las máximas posibilidades que puede alcanzar el ser humano en sociedad.

El paraíso no tiene explicacion. Se explicará por sí mismo, cuando sea el tiempo.

Marx falló en esta predicción. Cuando vino la revolución, en el tercer mundo, más que en el corazón de las sociedades industriales, las vanguardias conscientes victoriosas se confrontaron con la difícil tarea de tener que construir un tipo de distinto de economía, sociedad, política y cultura, sin contar con la colaboración de sus teóricos fundamentales. ¿Cómo tendría que llevarse la economía, por ejemplo, una vez superada la fase burguesa? ¿cómo tendría que ser, de manera concreta, un estado socialista, y luego una sociedad comunista? La teoría y la tecnología del burgués es un auxiliar competente. Esta capacidad de reflexión acumulada, que traduce la realidad del capitalismo a la vez que la alimenta, ayuda a los operadores de los sistemas a tomar las decisiones de día a día, también a fijar los rumbos que sujetan los proyectos de transformación. Los socialismos no pudieron contar con nada similar. En ausencia de orientaciones mínimas sobre lo concreto, obligados a nadar hacia el futuro sin más brújula que la que proporcionaba su intuición, los sucesivos revolucionarios tercermundistas tuvieron, más pronto de lo que convenía, que dejar de lado fúsil y transmutarse en ingenieros sociales. No pudieron contar más que con el ejemplo que ofrecía el primer modelo de transición al socialismo, que se dio en Rusia. El resultado práctico del ejercicio de adaptación que hubo que realizar fueron las formas de política que conocimos hasta que se produjo el colapso de los ‘socialismos reales’, a partir del 1989. Fin de una historia rara (un socialismo cuya base de referencia es la experiencia de un pueblo tan particular como el ruso). Pero no un fin para el marxismo, como materia prima para la historia. Porque Marx, que era un mal asesor para revolucionarios africanos o asiáticos, un pésimo futurólogo –no le apunto a casi ninguno de sus vaticinios sobre el más adelante–, era un extraordinario observador de la realidad de su propio mundo (el capitalista), un imaginativo historiador de las condiciones que permitieron el surgimiento de ese mundo, al mismo tiempo que un pensador social fértil, capaz de aportarnos esquemas de análisis y conceptos que son muy operativos para someter a examen distintas facetas de la realidad. Esa cara del marxismo, que entronca con el desarrollo de las ciencias sociales, tuvo un efecto de impacto más perdurable que la cara directamente político del marxismo: ayudó a crear las condiciones para la construcción de algunas de las formas más sofisticadas de la cultura contemporánea, vanguadistas y borderline (p. ej., con el postestructuralismo); ayudó, en esa medida, a alentar las liberaciones que interesaban al marxismo primario, solo que en un plano distinto del previsto (pero no menos importante).

El marxismo universitario, concluyo, puede ser una de las conquistas más importantes que debemos al 'socialismo científico'. Urgente tomarla en cuenta para que podamos iniciar la discusión sobre algunas de las maneras más imaginativas de practicar la historia (económica, social, y sobretodo, cultural) en nuestros tiempos contemporáneos.